Por Ana María Mesa
En mi esquema personal de equivalencias, una hora en Twitter equivale a cinco minutos de tiempo usado percibido y cinco minutos de cardio en la escaladora equivalen a una hora de tiempo usado percibido. En la escala personal de equivalencias de Eduardo Arias Villa, la Tierra es una persona con una esperanza de vida de 85 años y ustedes pueden leer otra historia sobre el tiempo en este enlace.
Pero volvamos a mis escalas de tiempo percibido. Thomas Mann tiene en La Montaña Mágica un pasaje sobre la percepción del tiempo que atrapó mi atención. Empieza con esa maleabilidad del tiempo que todos notamos: gozar acorta el tiempo y sufrir lo alarga. Básico y simple. Una conversación coqueteando con el tipo que te gusta se te va entre las manos, pero todo el tiempo que transcurre entre una conversación con ese hombre y la siguiente, es dolorosamente eterno.
El tiempo es relativo, diría Einstein en escalas universales. Sin embargo, para nosotros también pareciera que se acorta cuando estamos pasando rico, cuando disfrutamos lo que hacemos, cuando estamos motivados, cuando hacemos algo nuevo o cuando estamos ocupados. Y del otro lado, el tiempo se nos hace eterno cuando estamos pasándola mal, cuando esperamos, cuando tenemos afán, cuando estamos enfermos, cuando nos duele algo, cuando estamos cansados o incómodos, cuando tenemos un problema o cuando estamos en peligro y, sobre todo, cuando prestamos atención al segundero.
Mann no se detiene ahí. El cuerpo humano no tiene una sola manera de medir el tiempo, y no tenemos para el tiempo un sentido especializado, así como para los olores, la luz o el sonido. Así que el cerebro se vale de varias maneras para decirnos cuánto tiempo ha pasado y hay momentos en los que logra ser bastante ajustado. Por ejemplo, cuando nos despertamos en medio de la noche y calculamos cuánto tiempo hemos dormido… “deben ser las 4 a. m.”, pensamos y nos sorprendemos al constatar que el reloj marca las 3:59 a. m. Los relojes internos son, entre otros, los ciclos de sueño y vigilia, la producción de hormonas y neurotransmisores que tienen picos y ciclos que influyen en nuestro comportamiento a determinadas horas del día, la vejiga y el sistema gástrico, la luz del día, el sentido del oído que es el más desarrollado para medir la duración de un sonido. Nos ayudan a determinar el paso del tiempo, no solo para saber cuándo pasó una hora o un año, sino también para reconocer si algo pasó ayer o la semana pasada, o para calcular cuándo tenemos que volver a la cita quincenal o para alertarnos de que probablemente tenemos un retraso.
Ese control del paso del tiempo también puede verse afectado por la densidad de las experiencias. En época de Navidad, recuerdo los viajes a la finca con mi familia. Quizá nos íbamos tan solo quince días o un mes, pero yo sentía que transitoriamente nos pasábamos a vivir al lado de la piscina. Y por otro lado, ahora, de adulta, los días muy repetitivos, muy cotidianos, muy monótonos, forman años que duran apenas unos meses. Cuando todavía no nos hemos acostumbrado a escribir 2018 en todos los formularios, en tan solo dos semanas estaremos escribiendo 2019.
En el largo plazo la percepción del tiempo se invierte, y mientras que las temporadas de vacaciones nos ayudan a alargar la vida, las horas de oficina nos la acortan, nos reducen el tiempo de vida percibido.
¿Por qué cambia nuestra percepción del paso del tiempo? ¿Por qué se presenta al parecer esa paradoja de la percepción? ¿Por qué un día feliz dura poco, pero muchos días felices hacen la vida más extendida? Y al contrario ¿por qué una mañana de espera toma eternidades, pero muchas mañanas de espera hacen que los años transcurran tan rápido?
La ciencia ha explicado que la duración de la vida percibida está directamente relacionada con la densidad de las experiencias vividas; es decir, con la cantidad de información que debamos procesar en un momento dado, que pueden amplificarse debido a varios factores como novedad, bienestar, motivación u ocupación, o reducirse cuando hay monotonía o ligereza.
La cantidad de vida percibida entonces está relacionada con la inversión que hacemos en el tiempo. Nunca es un gasto pasar tiempo haciendo algo divertido o diferente. A todos aquellos que nos dicen que somos muy desocupados por estar haciendo cosas “poco productivas”, podemos contestarles sin lugar a dudas que estamos viviendo… tal vez un poquito más que ellos.
Ana María Mesa es periodista. Columnista en La Patria de Manizales. Y realizadora en Radio Nacional de Colombia. Ilustraciones de Carlo Guillot para Todo es Ciencia. Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo para construir un mejor país.