Por Juan Sebastián Hoyos Montes
Soy un optimista por naturaleza. Mi trabajo consiste en ver lo bueno de lo que me rodea. Mi capacidad de apreciación me ha permitido navegar por la vida y superar las dificultades que he afrontado. Es por esa razón que me han invitado a escribir esta columna.
Hace poco tuve la oportunidad de conversar con la rectora de un colegio oficial en Ciudad Bolívar (Bogotá) y me dijo algo que me gustó mucho: “Esta pandemia nos ha enseñado la importancia del cuidado y la compañía. Nos ha enseñado a fortalecernos, a ser resilientes, a curtir nuestra personalidad. Nos ha obligado a encontrar soluciones, a cultivar un espíritu positivo. Somos ahora más solidarios. Se ha perdido en aprendizaje. Se ha perdido en academia. Pero esto nos ha medido y nos fortalecido como seres humanos. Creo que esto es más importante que lo curricular”.
Creo que son varias las cosas buenas que nos ha dejado este confinamiento y esta pandemia, muy en la línea de lo que me decía esta rectora. Pero me quiero concentrar en una, que considero la más importante. Creo que esta pandemia nos ha obligado a replantear nuestra visión sobre la vida. Nos ha hecho volver a las preguntas fundamentales. Y creo que esa reflexión ha permeado al sector educativo.
Cuando leo sobre educación, veo que todo el debate se ha centrado en la relación entre virtualidad y educación. ¿Cómo potenciar y robustecer nuestros modelos virtuales? ¿Qué plataformas usar? ¿Cómo formar mejor a nuestros profesores? ¿Cómo llevar internet gratuito a los menos favorecidos? Creo que estas preguntas son muy importantes. Pero nos desvían un poco de la pregunta de fondo. Lo que nos enseña este confinamiento tiene que ver con otro tipo de preguntas. Preguntas sobre el sentido y sobre las finalidades de la educación.
Creo que lo que está pasando nos enseña que una verdadera educación debe darle mucha importancia a preparar para dos temas fundamentales inherentes a la vida: la incertidumbre y el manejo de la adversidad. El futuro es impredecible y lo es aún más en la edad de la inteligencia artificial, pero lo cierto es que este virus rompió con todos los esquemas de proyección. Por su parte, la situación actual, tan adversa, tan compleja, casi apocalíptica, ha generado problemas muy graves de salud mental en nuestras comunidades: depresión, angustia, ansiedad, estrés, soledad, pánico. La adversidad genera eso: emociones negativas que nos agobian y nos destruyen por dentro. Con ello, el principal reto del sistema educativo hoy no tiene que ver tanto con lo pedagógico sino más con lo emocional. Con la ética del cuidado. Con el bienestar y el cultivo del mundo interno como respuesta a una crisis colectiva de proporciones insospechadas.
Desde las herramientas que trabajo (psicología del bienestar y filosofía oriental), se dice que una de las respuestas para la incertidumbre y la adversidad tiene que ver con el carácter, con la transformación del carácter. Es el carácter lo que nos permite asumir la incertidumbre y la dificultad. Y el carácter tiene que ver con la inteligencia y el pensamiento crítico y creativo. Pero también tiene que ver con muchas otras cosas que generalmente no se abordan en la educación formal.
Dentro de esas herramientas, quisiera resaltar algunas que son muy importantes para construir capital psicológico, factores de protección, bienestar y resiliencia. Es decir, habilidades para vivir mejor y para moldear el carácter: el autoconocimiento (para generar autovaloración y conocer los recursos internos y las fortalezas propias, que es la manera como el ser humano se adapta a la adversidad); saber gestionar las emociones y saber cultivar emociones positivas (para que el miedo, la angustia y la depresión, común denominador estos días en estudiantes y padres, no nos abrumen); saber cultivar las relaciones y contar con redes de apoyo (la soledad es una de las amenazas de este siglo); saber manejar el sufrimiento (la aceptación y la toma de perspectiva, es decir, hallar sentido al sufrimiento y crecer con él, al decir de Viktor Frankl); la reflexión profunda para tratar de encontrar un sentido y un propósito en la vida (como decía Nieztche, “si tengo una razón para vivir, puedo superar cualquier obstáculo”); y saber cultivar la paz interna (tanto caos externo necesita equilibrio interno). El Dalai Lama, en entrevista reciente a propósito de la pandemia, decía que la educación debe enseñar a transformar las emociones y a cultivar la paz mental. Esto ya no es un lujo. Es una necesidad. Y esta crisis nos lo ha demostrado.
Estas son algunas de las habilidades más valiosas que tenemos para afrontar la incertidumbre y la adversidad según las investigaciones de la psicología positiva. También según la visión de los estoicos y de los sabios de la India. Sin embargo, no se enseñan en los sistemas educativos. No sólo no se enseñan sino que son vistas con algo de desprecio. Son llamadas habilidades blandas, por oposición a las duras, que son las cognitivas. Como si conocerse bien, cultivar paz interna, construir relaciones significativas o descubrir un sentido en la vida fueran cosas menores. Según las investigaciones desde la psicología afectiva de Miguel de Zubiria, piscólogo y presidente de la Liga Colombiana Contra el Suicidio, por eso se suicidan los jóvenes: porque no se valoran y no se conocen. Porque no saben gestionar sus emociones. Porque no tienen amigos o pareja ni red de apoyo. Y porque no tienen metas ni sueños.
Las habilidades arriba mencionadas se pueden enseñar y se pueden aprender. Requieren de tiempo y esfuerzo. Pero vale la pena incluirlas en nuestros currículos. Y gracias a esta pandemia, estas cosas se están poniendo sobre la mesa. Han dejado de ser consideradas como superficiales. Se han empezado a valorar. La pregunta de fondo no es cómo mejorar la educación virtual. Eso es muy importante pero es instrumental. La pregunta de fondo es qué entendemos por educación y para qué educamos. En mi sentir, esta pandemia nos ha hecho caer en cuenta de que educar de verdad es preparar para la vida. Y preparar para la vida supone preparar para la incertidumbre, las adversidades y el sufrimiento (recordemos a Buda: si algo hay inherente a la vida humana, eso es el sufrimiento. Vivir implica sufrir). Y, para ello, podemos pensar en la importancia de forjar el carácter y de cuidar de lo emocional.
Juan Sebastián Hoyos es educador. Es profesor de Psicología del Bienestar y de Filosofía Oriental. Actualmente es vicerrector del colegio Gimnasio Moderno de Bogotá. Es uno de los pioneros en Colombia en la implementación de modelos de educación positiva o educación para el bienestar y el florecimiento..
Las ilustraciones son de Maria Elvira Marinovich en Instagram como @mmmariaelvira
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