Por Eduardo Rojas Pineda, director de Fomento a la Investigación de Colciencias
La clasificación de instituciones de educación superior y su actividad investigativa a partir de indicadores y su aplicación o uso por parte de las mismas instituciones, agencias de fomento de la educación y ciencia y medios de comunicación, ha suscitado numerosos debates. Los ránkings académicos no son tan simples como parecen.
Los escalafones o clasificaciones académicos y científicos se originaron en Estados Unidos como un estudio interno de las universidades. En 1973 se publicó el Carnegie Classification of Institutions of Higher Education que clasificó a las instituciones de educación superior de Estados Unidos en grupos aparentemente homogéneos de las distintas instituciones, respecto a sus funciones, características de los estudiantes y el cuerpo docente. En la década de 1980, con el fin de diferenciar y comparar las escuelas de negocios de Estados Unidos y Reino Unido, se publicaron clasificaciones en medios como Business Week, Financial Times, The Economist y The Wall Street Journal. Posteriormente, las prácticas de construcción de escalafones fueron difundidas en Europa y Asia. En 2003 se publicó el primer listado internacional: Shanghai Jiao Tong University’s Academic Ranking of World Universities (ARWU). Un año después se creó el Times Higher Education - QS World University Ranking, que a partir de 2010 se separó. En este mismo contexto se han publicado otros escalafones especializados en indicadores científicos, como el Webometrics Ranking of World Universities (2004) del Laboratorio de Cibernética del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España, el Leiden Ranking con la metodología desarrollada por el Centre for Science and Technology Studies de la Universidad de Leiden, Holanda (2008/2011), y el SCImago Institutions Rankings World Report (2009/2012).
Junto con los ránkings académicos organizados y presentados como “tablas de posiciones” de instituciones y capacidades científicas, existen otros que construyen indicadores relacionales presentados con diferentes ponderaciones y sin ningún tipo de orden ascendente o descendente. Por este motivo, es necesario indagar acerca del objetivo de cada uno y de su metodología para establecer el significado de sus resultados. En este sentido, el IREG Observatory on Academic Ranking and Excellence, establece que una lista de clasificación académica es “una evaluación numérica de la ejecución de un programa, actividad, institución o un sistema de educación superior, [la cual] es basada en una metodología consensuada”. Es así como existen escalafones unidimensionales o multidimensionales: los primeros buscan evaluar el desempeño de una institución de educación superior conforme con una serie de indicadores, cada uno con un peso específico; los multidimensionales proveen una serie de indicadores con ponderaciones diferenciadas y no solamente un listado general. Esta metodología permite construir listados personalizados de acuerdo a las necesidades específicas de una institución o de los usuarios.
Adicionalmente, se pueden analizar los ránkings académicos de acuerdo con su alcance geográfico, permitiendo indagar acerca de las diferentes prácticas de las instituciones con el fin de compararlas con otras en una escala que puede ser global, regional, nacional o local.
Por otro lado, un aspecto relevante en la construcción de estas clasificaciones tiene que ver con las fuentes de información utilizadas para calcular los indicadores. Hay ránkings que construyen una clasificación de instituciones de educación superior e investigación que emplean como fuentes de información los artículos científicos y otros datos bibliométricos, índices de citaciones o presencia en portales web, menciones y vínculos. También se encuentran otros listados que combinan indicadores cuantitativos con apreciaciones sobre el prestigio de las instituciones, como encuestas de opinión.
Se reconoce que los indicadores cuantitativos brindan facilidades para presentar un panorama general del estado de la educación superior y de las capacidades científicas y tecnológicas (algo así como una “fotografía”); así mismo, establecen un ambiente propicio para comparar fortalezas y debilidades de las instituciones, soportando la identificación de derroteros de mejoramiento y toma de decisiones. Este tipo de ránkings académicos también pueden ser una especie de guía para aspirantes al ingreso a la educación superior, proporcionar un panorama para la evaluación y la inversión diferenciada o localizada para el fomento de capacidades de educación y ciencia, tecnología e innovación, a cargo de las agencias públicas o privadas (e incluso de la misma institución). Adicionalmente, brindan herramientas que contribuyen a facilitar la cooperación entre instituciones, para la planeación y el posicionamiento estratégico y para el aseguramiento de la calidad y el desarrollo institucional.
Sin embargo, las principales críticas respecto a los ránkings académicos residen en que se comparan instituciones que responden a contextos sociales, económicos y culturales diferentes. Así, cuando se analizan los resultados de la mayoría de los listados, las instituciones ubicadas en Estados Unidos y algunas de Europa resultan mejor evaluadas. Los indicadores favorecen a dichas instituciones porque son construidos tomándolas como referentes. Adicionalmente, se privilegian ciertas formas de producción científica y académica de determinadas disciplinas y, así, se uniforman criterios de análisis sobre la educación superior y las formas de hacer ciencia. Otra crítica que ha surgido respecto de estos procesos es que se utilizan para poner a competir a las instituciones entre ellas y generar en la opinión pública la idea de que una institución puede ser “mejor” que otra porque se encuentra en una posición superior en el escalafón. Pero los indicadores solamente evalúan unos aspectos de las actividades realizadas por la institución. En algunos casos, las listas de clasificación pueden simplificar la realidad educativa y científica de una institución. Se cuestiona que estos conteos favorecen actividades de investigación sobre la transmisión de conocimientos (docencia), aunque varios analistas sugieren que precisamente la investigación puede producir cambios favorables en las prácticas pedagógicas y de aprendizaje.
Por último, en cuanto a la cobertura, en 2011 en la conferencia “Ránkings y rendición de cuentas en los usos y malos usos de la educación superior”, organizada por la Unesco, se indicó que los escalafones con aspiración global analizan menos del 1% de las instituciones de educación superior del mundo; por tanto, se genera la idea de que la oferta educativa y las prioridades científicas sólo se deriva de la información que proporcionan los datos de las instituciones analizadas.
La reflexión respecto a los ránkings académicos nos conduce a plantear la necesidad de propender por una adecuada utilización de sus cifras y también a indagar por la forma en la cual se construyen sus indicadores, buscando mantener el significado de sus resultados en el ámbito pertinente. En este sentido, y respecto al uso de la cienciometría como un indicador fundamental, en 2015 se publicó el Manifiesto de Leiden para la medición de la investigación que sugiere diez principios para la construcción de indicadores, su divulgación y uso:
1. La evaluación cuantitativa tiene que apoyar la valoración cualitativa por expertos.
2. El desempeño debe ser medido de acuerdo con las misiones en investigación de la institución, grupo o investigador.
3. La excelencia en investigación de relevancia local debe ser protegida.
4. Los procesos de recopilación y análisis de datos deben ser abiertos, transparentes y simples.
5. Los datos y análisis deben estar abiertos a verificación por los evaluados.
6. Las diferencias en las prácticas de publicación y citación entre campos científicos deben tenerse en cuenta.
7. La evaluación individual de investigadores debe basarse en la valoración cualitativa de su portafolio de investigación.
8. Debe evitarse la concreción improcedente y la falsa precisión.
9. Deben reconocerse los efectos sistémicos de la evaluación y los indicadores.
10. Los indicadores deben ser examinados y actualizados periódicamente.
Si bien los ránkings académicos son una herramienta importante en los propósitos del mejoramiento de la calidad de la educación superior y de las capacidades científicas, también es un consenso entre expertos que deben proponerse nuevas formas de medición y ampliar las existentes, para que se evalúe de forma más precisa su estado real (y en algunos casos su efectividad) y para que se le proponga un valor agregado a la sociedad.
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