Por Andrés Carvajal
Interior, día. Un pasaje de roca hacia el cielo. Desde lo más alto se escurren el agua y la luz en un mismo haz, como si fueran una misma sustancia: un agualuz. El hueco debe estar a decenas de metros por encima. Tremenda imagen; ojalá así sea el túnel que lo lleva a uno al mundo de los muertos, aunque no creo que eso exista, debe ser un mito, como el Túnel de la Línea. Abajo hay un espeleólogo con una linterna pegada al casco, se ve pequeñito porque está en una de las cuevas más grandes de Colombia. Así empieza el documental sobre El Peñón que me vi el otro día, con el que estrenaron la serie expedicionaria Colombia Bio.
Pero la imagen que más me impresionó fue una mucho menos deslumbrante. Interior, noche. Plano medio de un ornitólogo, también con su linterna en la cabeza. Está clasificando aves según el tamaño de los picos, alas y patas. No está en un laboratorio sino en un hotel rural con ruido de chicharras y bichos revoloteando alrededor de un bombillo. Está sentado en una Rimax (marca registrada) frente a una mesita que se siente incómoda para la tarea. Se ve sudado y magullado, como recién bajado de Transmilenio. Quién sabe cuánto tiempo lleva encorvado haciendo su tarea. Cosas de científicos. Se supone que son actividades serias y racionales. Medición, registro, taxonomía, meterle algodón al ave que ya pasó por la luz al final del túnel. La sistematización que hace que la ciencia tenga reputación de fría y aburrida, pero ¿qué putas está haciendo este señor bien adentro de Santander, agarrando pájaros en vez de estarse tocando el suyo sentado más tranquilo en una oficina? Tiene uno que estar bien rayado para estar en estas. ¿Qué está buscando? Pues el tipo investiga especies de aves, me dicen. Pero yo no creo que eso sea todo; en la escena veo el delirio y en los ojos del científico un desorbite de pasión.
A mí me da la impresión de que uno de sus impulsos son las ganas de meterse a la cueva más honda, que casi siempre es la que está dentro de uno. Me imagino que mientras le pone la trampa a las aves, también se atrapa a sí mismo. Un impulso parecido tiene que habitar en los otros científicos que aparecen en la serie: como los que se meten a buscar extraños vertebrados en lo más espeso del Vichada, o el que en medio de una tormenta se desvió por accidente en su avioneta y descubrió una serranía en el Amazonas hace solo 30 años, ¡sí, la serranía de Chiribiquete, que no estaba en ningún mapa! Y veo el contagio de sus chifladuras apasionadas a los documentalistas que se atrevieron a estar en estas expediciones a merced de insectos, reptiles y bípedos de varias calañas en territorios agrestes que duraron años cerrados a la investigación por estar abiertos a la violencia del conflicto armado. El mismo trastorno que le contagió Mutis a Caldas en la Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, porque registrar la biodiversidad en el territorio colombiano siempre ha sido una tarea monumental, riesgosa y de locos.
A mucha gente le aburren los temas científicos porque piensan que no tienen nada que ver con sus vidas. No se acercan a la ciencia porque la ven como una cosa de gente inteligentísima y cuerdísima. El antiintelectualismo está tan de moda como el reguetón (entre otras cosas porque muchos intelectuales son de verdad aburridos y se esfuerzan en serlo para parecer más inteligentes). Estas expediciones, como las han documentado en Colombia Bio, sumando la locura de los científicos a la de los realizadores audiovisuales, me aclaran cómo me gusta ver la ciencia. Como un viaje de descubrimiento a la vida humana mientras se conocen otras cosas, como los territorios y los bichos que nos rodean. No es la negación de la profunda cueva de la locura sino la emoción de internarse en ella con una linterna pegada al casco. Es la diversión de Doc, el científico desquiciado de Volver al futuro (o el abuelo en Rick & Morty), pero sin la caricatura. Me conecto con la ciencia porque la veo como la sistematización de nuestra demencia.
Imagen del documental El Peñón, de la serie Colombia Bio.
Andrés Carvajal ha escrito sátiras para diversos medios y formatos, como la ponencia White Elephants Come First (en la conferencia sobre derechos humanos y educación de Colombian Academics en City University of New York - 2016). Ganador de la convocatoria New Media 2017 (Proimágenes, MinTic y Canada Media Fund) con Aprende con Muchotrópico, formato audiovisual de sátira. Cocreador y editor de la serie documental infantil Emoticones, finalista en los festivales Prix Jeunesse International 2018 y FAN Chile 2018. Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo para construir un mejor país.
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