Por Tatiana Pardo Ibarra
Es probable que la reducción en las emisiones globales de CO2 para este año sea solo temporal, ya que no refleja cambios estructurales en los sistemas económicos, de transporte o energéticos. El nuevo virus no es la solución para combatir el cambio climático, pero podría ser una oportunidad.
Las frases que más me perturban últimamente son, posiblemente, las que van por esta vía: “el planeta respira mejor”, “la naturaleza recupera lo que es suyo” y “los humanos somos el verdadero virus”. Me inquietan por varias razones, pero dos principalmente: porque son visiones a corto plazo que podrían tener un efecto contraproducente en el imaginario social, y porque dan la sensación de que no estamos entendiendo a nuestra especie como parte de la naturaleza, que es un sistema interconectado.
A la par que afrontamos esta crisis de salud global por cuenta del virus SARS-CoV-2, la crisis climática sigue agudizándose. Que los cielos de algunas ciudades luzcan más despejados que de costumbre o que algunos animales merodeen libremente entre callejuelas no significa que el planeta no se esté calentando, principalmente, como consecuencia de la actividad humana. Lejos de cumplir con los objetivos que contempla el Acuerdo de París, en el que casi 200 países se comprometieron a limitar el aumento de la temperatura promedio del planeta a 1,5°C con respecto a los niveles preindustriales, seguimos transitando hacia un peligroso camino de 3 °C para finales de este siglo. No son solo números, esto se traduce en pérdida de vidas y medios de subsistencia, además de cientos de miles de millones de daños, en los que los más pobres y vulnerables seguirán soportando una carga desproporcionada.
Recientemente, la Agencia Internacional de Energía (IEA, en inglés) lanzó su informe sobre los impactos del covid-19 en la demanda global de energía y las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera. Teniendo en cuenta el cierre de los colegios e industrias, y las restricciones en la movilidad aérea, marítima y terrestre se espera que las emisiones de CO2 disminuyan en un 8% este año. Sería la mayor caída jamás registrada (en términos de toneladas) en la última década, casi seis veces mayor que la provocada por la crisis financiera de 2008.
La IEA, sin embargo, es enfática en señalar que esta disminución no supone “absolutamente nada para alegrarse”, pues es el resultado de un trauma económico y de miles de muertes, y no de decisiones políticas que nos conduzcan a cambios estructurales. “Es probable que pronto veamos un fuerte repunte de las emisiones a medida que mejoren las condiciones económicas, pero los gobiernos pueden aprender de la crisis de 2008 y poner las tecnologías de energía limpia en el centro de sus planes de recuperación. Las inversiones en esas esferas pueden crear puestos de trabajo, hacer que las economías sean más competitivas y conducir al mundo hacia un futuro energético más limpio”, señaló el Dr. Fatih Birol, director de la IEA.
Entonces, ¿el cambio climático sigue siendo un tema urgente o ya no? Un sí rotundo. Mientras lees estas líneas, las concentraciones de gases de efecto invernadero (GEI) siguen aumentando. Dado que el CO2 permanece en el sistema climático (la atmósfera, la biósfera, los océanos) durante cientos o miles de años, las emisiones netas deben caer a cero antes de que la concentración se estabilice y, solo ahí, empezar a doblar la curva. La Administración Oceánica y Atmosférica Nacional (NOAA) lo ejemplifica así: si la atmósfera es una bañera tapada, que el agua del grifo caiga más lento (las emisiones) no significa que la bañera (concentración) deje de llenarse. Tarde o temprano rebosará.
La diferencia entre arreglar o no la bañera, en cambio, sí es significativa. Un aumento de 10 centímetros en el nivel del mar, un océano Ártico sin hielo en el verano y la pérdida total de los arrecifes de coral, se pueden evitar si logramos mantener el calentamiento global en 1,5 °C en lugar de 2 °C (el problema es que ya vamos en 1,1 °C). El Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) —el principal órgano de expertos encargado de evaluar los conocimientos científicos sobre este tema— ha insistido en que ese medio grado, aparentemente tan insignificante, en realidad se traduce en cambios irreversibles, en un mundo distinto al que conocemos hoy. Ya tenemos advertencias: los últimos cinco años han sido los más cálidos desde 1880 y el 2020 tiene un 75% de probabilidad de convertirse en el más cálido de todos.
La manera en la que hemos irrumpido en la naturaleza a diestra y siniestra –ampliando la frontera agropecuaria, explotando recursos naturales en áreas de alto valor ecológico, deforestando, comercializando especies silvestres, construyendo grandes obras de infraestructura que rompen la integridad de los ecosistemas– nos está poniendo en mayor contacto con los animales portadores de virus. El nuevo coronavirus, que es una minúscula pelotita de unas 70 millonésimas de milímetro que hoy nos tiene encerrados en casa, es tan solo uno de los más de 140 virus que sabemos han saltado de animales a humanos (zoonosis) y uno de los 7 coronavirus que circulan entre nosotros. Próximas epidemias llegarán.
En medio de esta situación algunos científicos han bromeado con que el cambio climático necesita contratar al ‘mánager y publicista’ del covid-19 para abordar con la misma urgencia esta emergencia. La variabilidad del clima y los fenómenos meteorológicos extremos figuran, por ejemplo, entre los principales factores que han desencadenado el reciente aumento del hambre en el mundo: más de 820 millones de personas, es decir, 1 de cada 9 personas en el planeta, padecieron hambre en 2018, según la FAO. Esta es una cuestión de derechos humanos.
Los efectos, advierte la Organización Meteorológica Mundial (OMM) en su declaración sobre el estado del clima mundial, son variados e incluyen “lesiones y pérdidas de vidas humanas asociadas a tormentas violentas e inundaciones; mayor incidencia de enfermedades transmitidas por el agua y vectores (como el dengue, la malaria, la fiebre amarilla y el chikunguña); empeoramiento de las enfermedades cardiovasculares y respiratorias por la contaminación del aire; y estrés y traumas mentales por el desplazamiento, así como por la pérdida de medios de subsistencia y propiedades”.
Como si no fuera suficiente, las inundaciones, las tormentas, los ciclones y huracanes, los deslizamientos de tierra, los incendios forestales, las sequías y las temperaturas extremas (factores relacionados con el clima), así como las erupciones volcánicas y los terremotos (factores geofísicos) desplazaron internamente a 25 millones de personas en 140 países durante el 2019. Según el Observatorio de Desplazamiento Interno (IDMC, en inglés) se trata de la cifra más alta registrada desde 2012 y triplica el número de desplazamientos causados por conflictos y violencia (8,5 millones).
Enseñanzas de la pandemia
Si la amenaza de esta pandemia se espera sea temporal, mientras que la del cambio climático, que ya ocasiona pérdida de vidas humanas, permanecerá con nosotros durante décadas, ¿por qué no llevamos meses enteros hablando de esta crisis y de nuestra responsabilidad en ella? ¿Por qué no cuestionamos más la forma insostenible en que nuestras sociedades y economías están organizadas en un planeta de recursos finitos?
Para Catalina González Arango, profesora del departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de los Andes, la respuesta puede ir por dos caminos: creer que el problema es tan grande y complejo que ya no podemos hacer nada al respecto, o restarle urgencia a la acción por la escala temporal en la que ocurre.
Lo primero es entender que ambas crisis tratan con la incertidumbre de las predicciones, que “se basan en modelos cada vez más refinados y sofisticados en la medida en que se alimentan de mayor y mejor información”, señala la investigadora. Pero, claro, como no es un problema sencillo, puede ocasionar “frustración o parálisis en la medida en que las acciones individuales no tengan la posibilidad de modificar las tendencias futuras”.
Precisamente esto fue lo que concluyó un estudio publicado en Nature Climate Change. Producto del confinamiento, las emisiones globales diarias de CO2 disminuyeron en un 17% entre enero y los primeros días de abril, en comparación con el mismo periodo del 2019. Fueron similares a las emisiones que se generaban en el año 2006. Sin embargo, los investigadores advierten que estas cifras ponen en perspectiva "tanto el gran crecimiento de las emisiones mundiales observado en los últimos 14 años como la magnitud del desafío que tenemos de limitar el cambio climático en consonancia con el Acuerdo de París".
Aunque la pandemia ha sido un experimento a gran escala, pues ha impactado todos los sectores económicos (como el de la energía, la industria y el transporte terrestre, marítimo y aéreo) lo cierto es que los cambios individuales tuvieron un impacto modesto. Casi el 80% de las emisiones globales de CO2 permanecieron igual. "Es probable que la mayoría de los cambios observados en 2020 sean temporales ya que no reflejan cambios estructurales (…) las respuestas sociales por sí solas no impulsarán las profundas y sostenidas reducciones necesarias para alcanzar emisiones netas cero", señala el estudio.
Hablemos ahora de la escala. Cuando recibimos los boletines diarios del Ministerio de Salud, en los que se detallan el número de muertes por covid-19 en el país, sabemos que las personas que fallecieron no se enfermaron hoy mismo. Entre la infección, los síntomas y la muerte hay un rezago temporal que puede ser entre 3 y 4 semanas de diferencia. Algo similar ocurre con el cambio climático: “Nuestro presente es el resultado de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que emitimos en el pasado, un efecto de acciones acumuladas durante 20 o 50 años; y las acciones que tomemos hoy van a modular los climas a mediano y largo plazo, así que la crisis climática va cobrando vidas en el camino, no instantáneamente”, explica González.
La pandemia, aún con los más de 5.000.000 de contagiados y casi 400.000 muertes que ha dejado hasta la fecha en el mundo, ha estado llena de enseñanzas. Para Manuel Pulgar-Vidal, exministro de Ambiente de Perú y portavoz de Energía y Clima de WWF, la más evidente es entender que “el planeta funciona de manera sistémica y que la salud, la política, la educación y la economía son elementos estrechamente vinculados”. Adicionalmente, ha sacado a flote nuestra “condición de vulnerabilidad y la debilidad del sistema mutilateral fruto de la polarización política y el negacionismo de algunos mandatarios”.
Este tipo de epidemias, considera, son el resultado de “la incapacidad del ser humano de entender los límites del planeta sumado a nuestra arrogancia; con un componente adicional: este virus es global, nos ha golpeado a todos, nos ha igualado. Es democrático en la medida en que impacta a ricos y a pobres”.
El mismo Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, ha insistido en que no vamos a combatir el cambio climático con un virus, pero la recuperación de la pandemia es una oportunidad para sentar las bases de un mundo más seguro, saludable, inclusivo, próspero y limpio para esta y las próximas generaciones.
“La pandemia de covid-19 es la mayor prueba que el mundo ha enfrentado desde la Segunda Guerra Mundial. Hay una tendencia natural frente a las crisis de cuidar primero de los propios. Pero el verdadero liderazgo entiende que hay momentos para pensar en grande y más generosamente. El mundo está en camino de una devastadora alteración climática de la que nadie puede aislarse”, advirtió.
Tatiana Pardo es periodista freelance. Apasionada por los temas de ciencia, medioambiente, derechos humanos y pueblos indígenas. Trabajó como reportera para los diarios más importantes de Colombia: El Espectador y El Tiempo. Coordinadora y editora de Tierra de Resistentes, un proyecto en el que se investigan ataques violentos contra líderes ambientales en América Latina y el Caribe.
Las ilustraciones son de Lina Arias