por Efraín Rincón
El lavado de manos parece una acción fácil y fundamental, la primera línea de defensa contra el coronavirus. Pero ¿es así de simple? Quizás si se ve el asunto con mayor claridad el panorama es distinto.
Desde que arrancó la pandemia hay un mensaje que se repite constantemente, una y otra vez: “lavarse las manos con agua y jabón por 20 segundos”.
Solo hay que bajar y bajar en la cascada de información de una pantalla, para darse cuenta de la creatividad de la gente. Entre memes, gráficos e instructivos, como los pasos para lavarse las manos mientras se canta una canción, se transmite un mensaje que en principio parece simple, pero es una de las líneas de defensa que, junto a la distancia social (dos metros, por lo menos) y el uso de tapabocas, se ha convertido en una de las máximas para hacerle frente al coronavirus.
Instituciones como los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades han dejado claro que lavarse las manos funciona porque a través de ellas se propagan y transmiten gérmenes responsables de enfermedades infecciosas. Incluso, el 13 de marzo del 2020, Tedros Adhanom, director de la Organización Mundial de la Salud, lanzó un reto en redes sociales para crear conciencia alrededor de este acto.
Hay que lavarse las manos. PUNTO. Sí. Son veinte segundos. Aguita, jaboncito, tarareo. Ya. ¡Ey!, no tan rápido, ¿podemos hacerlo así como así? Aunque la cuestión parezca elemental, quizás es más compleja. Siendo sinceros, ¿podemos lavarnos las manos? Empecemos por esa pregunta.
Lavarse las manos… pero en otra época
Para responder, o intentar darle respuesta a estas preguntas, hay que viajar al pasado. Pongan en el tablero de su máquina del tiempo y marquen UNO, OCHO, CUATRO, OCHO. 1848. El año en que el médico austriaco, Ignaz Semmelweis, daría de qué hablar.
“Semmelweis está preocupado porque hay dos salas de parto en el hospital, una atendida por médicos y estudiantes de medicina, y otra por parteras”, cuenta el historiador Stefan Pohl, investigador y profesor asociado de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud, en la Universidad del Rosario.
Volviendo al cuento, Smmelweis no puede dormir porque, en esta época, la mayoría de mujeres que asisten al hospital a parir están muriendo, sobre todo de fiebre puerperal, una infección. “La tasa de defunción es aproximadamente del 60 % al 70%. Sin embargo, en la sala atendida por médicos y estudiantes se muere el 90%”, retrata Pohl. ¿Por qué se están muriendo? De hecho, ¿por qué se mueren más en la sala de médicos y estudiantes? PRIN, PRIN, PRIN. Esto mismo pregunta el médico austriaco.
La incógnita sigue hasta que Semmelweis observa que los médicos y estudiantes de medicina, antes de atender los partos, practicaban anatomía y abrían cadáveres de vez en cuando. “Entonces, se le ocurre sugerir que, quizás, cuando abren uno de estos cuerpos se les puede pegar alguna ‘materia pútrida’, y eso podría causar estas fiebres. Ante eso, la comunidad médica lo tilda de loco y lo echan del hospital. Su solución era justamente lavarse las manos”, explica Pohl. Sí, lavarse las manos, desinfectar los utensilios médicos y hasta desinfectar las sábanas con agua y cloro.
Pero, vienen más preguntas, ¿por qué no le creyeron? ¿No que lavarse las manos es una acción básica? Resulta que en esta época —ojo, ¿recuerdan que estamos en el pasado? Jejeje— no es evidente pensar que la misma mano que toca materia pútrida en la mañana es la culpable de causar estas fiebres después de un parto. “En 1850 no es nada evidente lavarse las manos. Los médicos hacen cirugías vestidos con sus trajes casuales. No hay guantes, ni nada de esto”, dice Pohl, doctor en historia de la ciencia de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Todavía, en estos momentos, se considera que las enfermedades se transmiten por miasmas, olores fétidos provenientes del suelo y del agua, que se mueven por el aire. Claro, así no hay desinfección de manos que valga. Pero como la ciencia siempre está “en construcción”,el fin de la teoría miasmática llegaría con las piezas que nombres como John Snow, Louis Pasteur, Florence Nightingale o Robert Koch pondrían en el jenga de la microbiología, en la teoría microbiana de la enfermedad, entre las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del XX.
Tacho. Todo esto ocurría mientras la salud mental del austriaco Semmelweis iba en picada. —Si ven, la ciencia es de ladrillos, y hay unos que se ven más que otros— Pero sí, Semmelweis fue el que se dio cuenta de la importancia de este acto tan noble.
Volvamos al presente —A nuestro presente—
Agua: tan cerca y tan lejos
Lavarse las manos es una medida para hacerle frente al coronavirus. Parece elemental, concreta, universal. Sin embargo, estos tres adjetivos no hacen justicia al objetivo número seis de los Objetivos de Desarrollo del Milenio: “garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos”. En este planeta, al menos 2.300 millones de personas no tienen acceso a servicios básicos de saneamiento. En este país, por ejemplo, el 32 % de los municipios sigue sin tener acceso a agua potable de calidad.
¿Aún se mantiene la simpleza en el mensaje? Especialmente, las medidas de salud pública, como el lavado de manos, no son ajenas a aspectos culturales y sociales. Quiere decir que, aunque la causa de la enfermedad (COVID-19) se deba a un virus, no necesariamente acabe si los esfuerzos solamente están dirigidos al patógeno. ¿Qué pasa con las condiciones estructurales como el medio ambiente, las condiciones laborales, alimentarias, de vivienda, etc?
Esas condiciones hacen parte de los determinantes sociales de la salud, “son factores que nos rodean y, de una u otra manera, afectan la probabilidad que tenemos para vivir más y mejor”, explica Johnattan García, abogado, salubrista e investigador principal en Dejusticia.
Aunque Colombia es un “país de agua” representado en páramos, mares y ríos, no todos sus habitantes pueden llegar a ella: el acceso al agua potable en el campo es del 73,2 % mientras que en las ciudades es del 97,4 %. Hay regiones en el país más vulnerables que otras en este sentido; en Guainía, Amazonas, Guaviare, Vaupés, Chocó o La Guajira, la disponibilidad de acueducto no supera el 30 %. Lavarse las manos no es una cuestión puramente de voluntad, pues “si no tiene un acueducto no puede hacerlo”, opina García.
El futuro en nuestras manos
Okey. Es un hecho que hay personas que probablemente no tengan cerca un lavamanos, una ducha e, incluso, un sanitario. ¿Qué hacer en esos casos? ¿Cómo hacer que las manos no le “hagan el favor” a las enfermedades infecciosas?
Para un grupo de investigadores, liderados por David Hannah, de la Escuela de Geografía, Tierra y Ciencias Medioambientales, en la Universidad de Birmingham, Reino Unido, el pronto desarrollo de infraestructura y tecnología para acceder a servicios de agua potable es la prioridad. Además, se necesita acompañar estas medidas con estrategias para generar hábitos y costumbres de higiene y lavado de manos. Y, mientras tanto, promover medidas alternativas de saneamiento básico independientes del agua, que van desde baldes con agua desinfectada con cloro, hasta el uso del agua que sobra después de lavar el arroz, si es que el agua disponible para beber es limitada. Aquí la Organización Panamericana de la Salud habla de algunas ideas.
Por su parte, y en medio de una pandemia que ha visibilizado distintas desigualdades en el mundo, Julián Gutierrez, investigador de DeJusticia, propone unas recomendaciones para la creación de políticas públicas en “En la primera línea: agua potable y COVID-19”. Allí, entre varias, está la prestación sin interrupción de agua potable, proporcionarla gratuitamente a las poblaciones vulnerables o construir políticas públicas de acceso al agua potable con enfoque diferencial y de género.
¿Por qué, si solo había que lavarnos las manos, llegamos a esto? “El derecho al agua potable lo conocemos hace muchos años, pero lo que hace la pandemia es demostrar esas brechas gigantescas, que hacen que unas personas tengan más probabilidades de sobrevivir que otras”, apunta García.
Puede que este virus afecte a todo el planeta. Sin embargo, no afecta a todo el mundo por igual. Acceder al agua potable, y con ello poder lavarse las manos, son acciones que al final están trazadas por hilos de muchos colores. En esto concuerdan Pohl y García. “ La bacteriología nos enseñó a lavarnos las manos, pero no olvidemos que, además de los agentes biológicos, también hay causas sociales, culturales, económicas y políticas de la salud y la enfermedad”, agrega el historiador.
Efraín Rincón es biólogo y periodista científico. Ha escrito para diferentes medios como Cerosetenta, Pesquisa Javeriana o el Toronto Star, sobre ciencia y medio ambiente. Es coproductor de Shots de Ciencia, una plataforma de divulgación científica.
Las ilustraciones son deValentina Nieto