por Efraín Rincón
Pocas veces nos detenemos a pensar que el agua que sale del grifo ha recorrido miles de kilómetros de distancia. Se ha evaporado de las hojas de las selvas del Amazonas y los océanos del planeta. Se ha congelado en los fríos nevados y ha bajado por los ríos hasta nuestro vaso. El agua es un hilo que conecta la vida y hoy está amenazada.
¿Qué tal si las olas que llegan como trenes a las costas del Pacífico colombiano viajaran 10 000 kilómetros desde el cinturón Antártico? Ana Lucía Caicedo Laurido, investigadora principal en el área de oceanografía operacional en el Centro de Investigaciones oceanográficas e hidrográficas del Pacífico, con sede en Tumaco, ha identificado que esa premisa es cierta: el oleaje que llega a las costas colombianas tienen que ver con el continente de hielo. “Descubrimos que esa conexión que tenemos con esa zona que bordea la Antártida es la que tiene mayor influencia en el oleaje en la cuenca Pacífica colombiana”, explica Caicedo.
En el 2016, esta investigadora hizo parte de la tercera expedición científica de Colombia a la Antártica. Dentro de sus objetivos estaba la instalación de equipos precisamente para medir cómo se comporta el oleaje, esto fue parte de los proyectos de la Dirección General Marítima (Dimar) y la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla (ENAP) . Como ella, ya son varios investigadores, científicos y científicas colombianas, que han pisado esta tierra vasta y de color blanco para responderse, entre tantas preguntas, ¿qué tiene que ver una zona ubicada a miles de kilómetros de distancia con lo que suceda en el trópico? ¿Cómo es que lo que sucede en la Antártida no se queda allí, sino que tiene repercusiones en otras partes del planeta y en el clima global?
En un episodio del podcast de Shots de Ciencia, Natalia Jaramillo, geógrafa e investigadora, que también ha hecho parte de estas expediciones, mencionó un gran punto de partida para darle respuesta a esas preguntas: “el océano es un vaso comunicante gigantesco que contiene información de todo el planeta.”
Y el lenguaje que utiliza el océano para comunicarse es el del agua, ese líquido que se evapora, sube a la atmósfera y luego se precipita en el continente. Una parte se congela en los glaciares, otra se filtra entre la tierra y sube hasta las hojas de los árboles donde se vuelve a evaporar. Esa misma agua corre por los ríos y desemboca en el mar. Agua que viene y va una y otra vez. El agua que bebemos hoy ya ha recorrido las venas de este planeta desde hace miles de millones de años.
Un entramado de vida
El océano, que contiene casi el 97 % del agua en el planeta, es un tejido de finos hilos que conectan al sistema “Tierra”. Más allá de ser un destino turístico para muchas personas, sus aguas albergan entre el 50 % y el 80 % de toda la vida, regulan el clima, soportan a comunidades humanas que viven de ellos y es un actor clave frente al calentamiento global, pues absorbe el 25 % del dióxido de carbono (CO2) emitido por la quema de combustibles fósiles.
Se estima que los océanos contienen 50 veces más CO2 que la atmósfera. Esta bomba recibe el gas carbónico y lo lleva hacia el fondo oceánico gracias a los microorganismos fotosintéticos, como el fitoplancton, que habitan sus aguas. Además, el movimiento de corrientes marinas también permite el intercambio de gases y contribuye a esta absorción.
Sin embargo, hay algunos estudios que sugieren que la “eficiencia” de estos procesos de captación y secuestro de carbono por el océano podrían verse afectados debido al calentamiento global.
El océano juega un papel clave parar regular la temperatura del planeta. Aparte de absorber gran parte de la radiación solar, principalmente en el trópico, distribuye el calor y la humedad a otros lugares del mundo. La mayor parte de las precipitaciones tienen un origen en el océano, porque el agua, que todo el tiempo se está evaporando, carga a los vientos alisios de lluvias que después visitan los continentes.
Las corrientes de los océanos son como bandas transportadoras que se mueven constantemente, llenas nutrientes, carbono y llevando agua a diferentes temperaturas a través del globo. De ellas dependen, en buena medida, los patrones y fenómenos climáticos como los de El Niño o La Niña. Unas muy importantes son las corrientes termohalinas—como quien dice calorcito y sal—. Las aguas cálidas del trópico viajan a hacia los polos, allí se enfrían, se vuelven más densas y pesadas, lo que hace que se hundan. Luego, estas corrientes mueven esas aguas frías a mayor profundidad hacia el ecuador. —¿Recuerdan la Corriente Australiana Oriental, CAO, en Buscando a Nemo? —
Descripción gráfica de las corrientes termohalinas. Esta cinturón transporta agua a distitnas temperaturas y salinidad.
Tomado de National Geographic
Por ejemplo, la corriente de Perú, o de Humboldt, viene desde la Antártida y sube por las costas del Pacífico sur, trayendo consigo una buena carga de nutrientes. “Esta corriente hace que la productividad y la pesca en zonas como Perú sean lo que son en este momento, precisamente por esa interacción de masas de agua que vienen desde el sur, entre ellas, Agua Intermedia Antártica (AAIW, por sus siglas en inglés)”, explica Caicedo.
A decir verdad, la frontera que se ha impuesto frente al mar es más bien un pensamiento vacacional —Sí, vacacional, porque da la sensación de que es un destino turístico—. Aunque la costa es un límite entre el agua y la tierra, las conexiones son más profundas. “Hace años alguien me dijo que los océanos iniciaban en las alcantarillas”, cuenta Caicedo. Para ella, mucho de lo que se haga desde el continente tiene repercusiones en los mares.
Hoy el océano, y con él la conectividad del planeta, se ven alterados por el rápido aumento de la concentración de CO2 atmosférico y de la temperatura. Sus aguas son víctimas de la acidificación, que reduce los ladrillos de carbonato de calcio y que se han formado por miles de años, han guardado el CO2 y dado sostén a organismos como los corales.
Además, el derretimiento de los polos no solo implica un aumento en los niveles del mar que amenazan las costas y sus poblaciones, también una variación en sus corrientes; recientemente (2015) la ciencia ha sugerido que las corrientes del océano Atlántico han disminuido su velocidad en un 15 %. Esto tendría efectos en el clima y en regímenes de lluvias en el hemisferio norte.
Nosotros también estamos conectados
“El agua es un hilo conductor de muchas cosas. No solo es un ecosistema como cualquier otro. Estamos conectados al agua directamente. Nuestro cuerpo es 70% agua. Dependemos de ella”, menciona el Dr. Jorge Salgado, biólogo especializado en agua dulce. Salgado ha dedicado los últimos 15 años a entender cómo los recursos hídricos de agua dulce han respondido a la intervención humana. “Hay muchos aspectos que nos unen al agua y no solo en su parte biológica, también la social, ecológica y económica. Hay varios elementos ligados al agua y muchas veces la gente no lo ve así o lo desconoce”, añade Salgado.
La historia muestra que el agua ha levantado grandes civilizaciones. Hace miles de años las primeras, como las del Creciente Fértil, Egipto o Mesopotamia, nacieron y maduraron a los bordes del río Nilo o del Tigris y Eufrates, respectivamente.
Como en muchos lugares del mundo, el agua y los ríos han sido estratégicos. Sin embargo, eso no significa una garantía. “Nosotros hemos forjado nuestro desarrollo a través del río Magdalena. Pero, aunque tenemos agua por todos lados y la población está asociada al agua, nuestro desarrollo se ha hecho casi que de espaldas al agua”, opina Salgado. Para él, varios cuerpos de agua en este país se han asociado más hacia el transporte o la disposición de desechos, pero poco se han entendido otros aspectos alrededor de ellos como el cultural, por ejemplo.
Sobre el agua gira un concepto básico en la ecología y la sociedad: los servicios ecosistémicos. Estos se refieren a los beneficios que los seres humanos pueden tener de los ecosistemas. En Colombia, ecosistemas como los humedales o los páramos, entre varios, prestan servicios de regulación hídrica. En el caso de los humedales, en épocas de lluvia, ayudan a controlar las inundaciones. O, en el de los páramos, estos son importantes por el agua que consumimos y el sustento de actividades económicas de más del 70 % de la población. Sin embargo, son ecosistemas que, pese a que cumplen roles vitales, son menospreciados.
“Nosotros hemos utilizado el agua como recurso, pero lo que ha faltado más es esa conciencia en términos de la importancia de preservar los sistemas acuáticos”, comenta Salgado. De ahí la necesidad de entender al agua y el ciclo que representa más allá de aquella que sale del grifo, de la que sirve para regar las matas y grandes campos de cultivo o para generar energía, y verla de una manera más integral.
En respuesta a este tipo de necesidades, aparecen visiones como las del Instituto Javeriano del Agua, que buscan desarrollar proyectos de investigación que cuenten con un enfoque interdisciplinar, “Que converjan las ciencias sociales, las ciencias naturales, económicas, ingenierías o la filosofía, sobre los grandes problemas del agua”, explica Nelsón Obregón, su director.
Parte de esto es ver al agua como un sistema socioecológico. Allí, esta no se traza únicamente desde lo productivo, también desde lo social, lo cultural y el territorio. “Una apuesta del Instituto es ver al agua como eje articulador del territorio y el recurso vital”, explica Obregón.
Un agua que no es tan clara
Parece que Colombia transita una realidad anfibia, y no por aquello del agua y la tierra, sino porque se mueve entre perspectivas que quizás van en contravía o, como lo plantea Salgado, “se trata de abanderar diversidad que tenemos, pero a la vez seguimos siendo un país que explota materia prima”. Aunque es un país que ocupa los primeros puestos en el mundo en términos de biodiversidad de especies de plantas y animales, también de recursos hídricos, a la vez es un país que aún sufre porque sus ecosistemas están en riesgo.
Según el últimoinforme sobre el agua del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), la región hidrográfica del Magdalena - Cauca, donde habita la mayor parte de la población, es la que más está en riesgo de desabastecimiento de agua. A esto hay que sumarle el deshielo de los glaciares en el país, que han perdido el 92 % de su área de cobertura desde la Pequeña Edad de Hielo (siglo XVII-XIX) hasta los últimos años. Estos glaciares representan un reservorio de agua en temporadas de sequía.
Y, como si fuera poco, la deforestación, uno de los grandes azotes al medio ambiente en Colombia y el mundo, también atenta contra el agua. De hecho, esta tumba y quema de árboles está quebrando la conexión entre la Amazonía y los Andes, vital para los ecosistemas y para el agua que llega a los glaciares andinos. Existe toda una conexión tácita, ahora también frágil, entre las plantas de la selva húmeda del Amazonas y el agua que llega a los nevados para luego bajar los ríos.
“Es una ironía porque por un lado decimos ‘vea todo lo que tenemos, hay que protegerlo’, pero, por otro lado, la política de desarrollo está enfocada en explotación de esos recursos naturales”, opina la voz de Salgado, que ha investigado sobre cuerpos de agua como la laguna de Fúquene, el canal de Panamá y hoy estudia algunas ciénagas del Magdalena Medio. Los enfoques de sus investigaciones buscan obtener pistas de los efectos humanos sobre esos sistemas con el paso del tiempo; conocer el pasado para entender el futuro. Por ahora, “El panorama para los sistemas acuáticos es bastante reservado, y, a menos de que cambiemos esa cultura, va a ser muy difícil que sea distinto”.
Aunque parece que cada vez hay una mayor conciencia respecto a nuestra manera de relacionarnos con el agua, que cada vez más, como dice Obregón, hay una “masa crítica” de personas, proyectos e investigaciones alrededor del agua y que la forma de abordar las problemáticas socioambientales se hacen desde el territorio, como lo ha evidenciado el Instituto Humboldt o el mismo Instituto Javeriano del Agua, todavía queda un largo camino. Y, claro, ese es un camino de todos y todas: ciudadanía, política, instituciones, universidades, etc. Sugiere Obregón, “Las decisiones que el país requiere tomar en aprovechamiento y conservación de recursos naturales tienen que ser sobre una base del conocimiento, no solo científico, también ancestral y de las poblaciones”.
A fin de cuentas, como todo sigue su ciclo y el hilo transparente nos une, aquella agua que contaminamos de alguna u otra manera volverá a nosotros.
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Colombia sin agua
Al final de cada entrevista con las fuentes que participaron en este artículo, Todo es Ciencia les preguntó: ¿qué piensan de una “Colombia sin agua”? Estas fueron sus respuestas:
Ana Lucía Caicedo
“Pienso en dos cosas. Por un lado: muerte. Sin agua no vamos a poder vivir. No vamos a alimentarnos de oro y petróleo. Y, de otro lado, me aborda la tristeza, porque nosotros sabemos lo que le estamos haciendo al ecosistema. Habrá alguna personas que no tienen claro el impacto de lo que hacemos al medio ambiente, pero hay otros que, aún con alto nivel de formación técnica, si lo saben".
Jorge Salgado Bonnet
“Colombia sin agua no sería Colombia. Uno se adapta a todo, pero sería muy triste que toda esta diversidad y la cantidad de agua dulce que tenemos desaparezca. Me daría mucha nostalgia y tristeza saber que tuvimos tanto y que eventualmente lo perdimos por falta de acción nuestra”.
Nelson Obregón
“Un territorio sin paz no es sostenible. Pareciera que el agua y la paz van de la mano, porque es de la condición humana. Es esa necesidad de estar en paz con el territorio, con nuestra sociedad. También es la necesidad de que sin agua no estaríamos en este planeta, en la gran casa común”.
Efraín Rincón es biólogo y periodista científico. Ha escrito para diferentes medios como Cerosetenta, Pesquisa Javeriana o el Toronto Star, sobre ciencia y medio ambiente. Es coproductor de Shots de Ciencia, una plataforma de divulgación científica.
Las ilustraciones son de Maria Elvira Marinovich en Instagram como @mmmariaelvira
Colombia Sin Agua