El hambre en tiempos de covid-19: Un reportaje gráfico sobre la lucha por no contagiarse mientras se busca la manera de poder comer
por Gerald Bermúdez
A las comunidades vulnerables de Bogotá no solo las amenaza el virus, hay otra amenaza que está presente todo el tiempo y que pareciera que nunca se pudiera conjurar. La cuarentena busca salvar vidas, pero no ha salvado a algunas de sufrir de hambre. En medio de todo esto, desde la psicología social y la antropología se observan unas maneras de intercambio colaborativo que dan esperanza.
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Entre el Paraíso y Vista Hermosa, en la localidad de Ciudad Bolívar, en Bogotá se encuentra San José de los Sauces. El hambre, el abandono y la escasez hacen que las vulnerabilidades actúen como un elemento que aglutina a las familias que habitan en ese sector. Esto se ha agudizado durante la cuarentena por covid-19 decretada por el Gobierno de Colombia. Los trapos rojos son la manera en que las familias anuncian que tienen hambre.
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Claudia Murillo (50) e Ignacio señalan el Transmicable que llega la parte alta de el Paraíso. Ella actúa como líder barrial improvisada. “Soy organizada con el dinero, lo que me envían las personas para las que trabajo limpiando casas lo guardo y lo gasto con juicio en las cosas que necesitamos acá en la casa. A veces voy a una cooperativa en dónde compro el mercado más barato o donde me regalan puchitos de comida… Yo creo que este año se acaba así, con los pobres sufriendo porque esta cuarentena es como si estuviera diseñada para ponernos a aguantar hambre”.
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Los cerros del suroccidente de Bogotá son el escenario de muchos momentos de angustia por el hambre, pero también tienen momentos de solidaridad y ayuda entre vecinos. Los vínculos comunitarios y sociales en condiciones de vulnerabilidad o precariedad se establecen en formas de intercambios que no están reguladas por los mandatos del mercado, como una fijación de precios según la oferta y la demanda. Estos vínculos apelan a otras formas de intercambio. Puede darse un aumento del reconocimiento mutuo entre las personas, sabiendo cuáles son las capacidades de cada cual y cómo pueden sumar a las acciones colectivas y esto es algo que estimula esas capacidades, algo que va en contravía de las relaciones mediadas por la oferta y la demanda que ponen todo en términos de competencia. Así lo señala Camilo Ernesto Lozano, antropólogo, magíster en Psicología Cognitiva y aspirante a doctor en Estudios Territoriales.
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Euclides Bolaños (62) está recién separado. La cuarentena lo encontró viviendo con su exesposa y sus dos hijos en una casa que paga con un beneficio que tiene por reubicación de predio. Sin embargo, su solución de vivienda es una habitación en la que debe dormir y cocinar en el mismo espacio. “Estoy sin trabajo desde enero [de 2020] porque la obra de canalización de aguas negras en la que estaba se la dieron a otro ingeniero. Dios quiera que cuando termine la cuarentena le den el segundo tramo al ingeniero que conozco y pueda volver a trabajar… No hay para comer y ya debo dos meses de arriendo de esta piecita”.
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María Deysi Prada (56) y José Hurtado (59) están sin trabajo. María perdió el empleo debido a la cuarentena, cuidaba a un bebé en la calle 116, en el norte de Bogotá. José trabaja como vigilante y perdió su contrato el 31 de marzo. “Nosotros nos acompañamos y nos ayudamos con los vecinos. Durante el día oímos radio o vemos TV. No es mucho lo que se pueda hacer, pero con José nos cuidamos del virus. Lo que más nos preocupa de todo esto es, además de no tener dinero o trabajo, la falta de libertad… yo sería capaz de volver a trabajar si me dejaran entrar al edificio donde mis patrones, tocaría arriesgarse porque sufrir esto con hambre es duro”.
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Los vecinos de San José de los Sauces echan mano de lo que cada uno sabe hacer y se ayudan entre todos. Pese a que no ha habido una brigada de atención en salud o alguna acción informativa sobre prevención en materia sanitaria, ellos se reúnen periódicamente y tomando distancia se recuerdan las medidas de protección en materia de desinfección de ropa, zapatos, mercado y demás. También se informan sobre los días en que hay reparto de ayudas de fundaciones u organizaciones privadas ya que como lo dice Euclides Bolaños (62), “acá no ha llegado nada del gobierno o de la alcaldía. Acá, esta es la hora (sic) en que no han traído ni una panela”. A pesar de las cifras manejadas por la Alcaldía Mayor de Bogotá en las que el 13 de mayo habían reportado cerca de tres millones doscientas mil soluciones alimentarias entregadas, en los dos meses largos que ajusta la cuarentena nada ha llegado a este y otros sectores de Ciudad Bolívar.
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Arnoldo Sánchez (42) orgullosamente habla de su familia y de su trabajo en el manejo de maquinaria pesada en Pereira. “Lo que me ha permitido sobrevivir junto a mi familia en esta cuarentena es que el trabajo que tengo o tenía, todavía no sé, me permitió ahorrar, pero las cuotas del banco y la compra del computador para las tareas de mi hija mayor han hecho que los ahorros sean cada vez menos…El lío es que no tengo Internet, afortunadamente una vecina nos deja usarlo y así la niña puede tener clases. El niño pequeño es otra historia porque con cinco años quiere jugar en el parque, con sus amigos; quiere salir y eso ha hecho que se ponga agresivo. Es muy difícil porque uno no lo regaña, no es su culpa… Los días se van entre esperar a que avisen cuándo vuelve a haber trabajo y distraernos, jugamos parqués, a veces bailamos, pero es difícil”.
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La hija de Arnoldo, Nicole Vanesa, cumplió quince años durante la cuarentena. El dinero destinado para la tradicional fiesta de quince años se destinó para mercado y ahorros de cara a la cuarentena. Lo que sí consiguió Arnoldo fue un pastel que logró encargar con un vecino. La celebración fue sobria y por cuestiones de cuarentena no hubo amigos de la festejada, compartieron el pastel con algunos vecinos, pero eso fue todo. Nicole cuenta que no fue la fiesta que soñaba pero agradece que pudo estar con su familia completa y que tiene qué comer y dónde dormir en medio de una cuarentena que tiene a varios vecinos con trapos rojos en las ventanas o fachadas.
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Jhan Carlos Aragón (35) y Valeria Aragón (5) pasan sus días esperando que en la noche regrese la madre de Valeria ya que es la única que está trabajando. Tiene ocho meses de embarazo y espera que muy pronto le den la licencia de maternidad. A pesar de la cuarentena y de su avanzado estado de gestación sale en las mañanas hasta el norte de Bogotá a trabajar como auxiliar de cocina. Jhan Carlos a veces debe salir a la calle a pedirle a los carros que pasan algún tipo de ayuda. En la casa que vive, hay otras tres familias, todos familiares, “mi papá nos dijo que ocupáramos la casa sin pagarle arriendo mientras la cuarentena. Pensábamos que iba a durar poquito y vea, ya dos meses y ni un peso para el arriendo. Una vez un señor de una camioneta nos dejó un bulto de papa y otro señor nos dejó como seis bolsas de pan tajado. La gente es buena, ve la bandera roja que sacamos y paran y a veces nos dan dinero. Es muy duro con la niña y sin trabajo”.
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“Yo cuido a la niña desde que no hay guardería por la cuarentena. Me levanto, le hago el desayuno a mi esposa y me vuelvo a acostar con la niña hasta que se levanta. Ahí le hago desayuno, vemos televisión y la dejo jugando con otros niños que viven acá en la casa mientras salgo a buscar algo de comer para hacerle a la niña... Todo eso mientras llega mi esposa. Cuando ya regresa le tengo comida, cuando hay, sino pues agua de panela y pan y nos vamos dormir todos en la misma cama. La niña desde que empezó la cuarentena no quiere dormir solita y pues la entiendo, esto es muy duro… Bogotá es muy dura, es muy complicada. Yo nací en Valledupar y nos vinimos todos para acá porque los paramilitares nos desplazaron en 2003, mi papá está en el registro de víctimas, pero hasta ahora ni ayuda para él ni para nosotros. Nada."
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El desayuno de Valeria es unas tortitas de harina sofreídas en un sartén y agua de panela con leche. Como lo expresa el nutricionista, dietista y microbiólogo, Juan Camilo Mesa, la nutrición de las personas más vulnerables en Colombia tiene un problema y es de balance. Cuando logra haber acceso a alimentos se corre el riesgo de consumir alimentos ultraprocesados y muy poca fruta o verduras. No solo hay un riesgo de desnutrición, sino que existe el riesgo de que algunas personas terminen con cuadros de obesidad o desórdenes alimenticios. Mesa insiste en que es necesario que las personas hagan compras en las plazas de mercado y busquen los productos de temporada para poder tener acceso a una alimentación saludable que mejore la calidad de vida no solo durante la cuarentena.
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Martín, el nieto de Claudia Murillo, es el único niño en San José de los Sauces con Internet en su casa. “Mi abuela fue muy organizada y logró que nos pusieran señal de internet. Los demás vecinos no tienen servicio por eso yo le ayudo a algunos vecinos cuando necesitan conectarse para las tareas que están dejando en cuarentena. Yo estudio juicioso todo el día y estoy pendiente de mi abuela y mi bisabuela que tiene una cadera lastimada y no puede caminar bien. Pero mi prioridad es estudiar y salir adelante y no tener que sufrir privaciones. Tengo una tía en Argentina estudiando y una prima en la universidad, eso me muestra que es estudio es lo que nos puede ayudar a superar la pobreza y a seguir adelante.”
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Anderson lleva en la calle desde que, durante el fin de semana del simulacro de cuarentena, el pasado 19 de marzo, fueron desalojados todos los miembros de su familia. Ellos vivían en un pagadiario del barrio Santafé. “Imagínese que uno llega a Colombia escapando del hambre en Venezuela, comienza la pandemia y lo primero que hacen es botarlo a la calle. Nosotros seguimos trabajando en el reciclaje, pero las bodegas comenzaron a cerrar y casi no hay plata entonces nos tocó organizarnos y venirnos a vivir debajo de este puente.”
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Los alimentos son conservados en las carretas de reciclaje y se cocinan en un fogón abierto en el piso al lado del puente vehicular. “Carne es difícil de conseguir, nosotros lo que intentamos es que haya al menos huevos, sobre todo para los niños. Pero es muy difícil conseguir carne y no hablar de frijoles. ¿Cómo los hace uno en un fogón de leña? A veces nos dan dolores de cabeza del hambre que da. Todo es muy duro en las calles. La policía a veces viene de noche y pone las sirenas a todo volumen y nos amenaza con que nos va a sacar de acá, a veces vienen y nos apagan el fogón. Todo es horrible”. Marcela contiene el llanto y sigue cocinando las tortitas de harina de trigo.
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Muchos miembros de la etnia Emberá fueron desalojados de las residencias en donde vivían de las artesanías que podían vender en las calles. El anuncio de la cuarentena generó que los desalojos fueran una práctica común durante los primeros días. La alcaldía de Bogotá no ha dado solución a los indígenas que han tenido que ir de un lado para otro habitando espacios como el Parque Tercer Milenio o un edificio en Ciudad Bolívar. Ni siquiera la Unidad de Víctimas ha ofrecido soluciones claras y definitivas a un drama que ya va a completar dos meses. Como lo señaló un líder de esta etnia que prefirió tener su nombre en reserva, “No se sabe qué es peor, si regresarse a donde está la guerra o quedarse a morirse de hambre y de coronavirus en las calles”.
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Un grupo de migrantes venezolanos y de desplazados colombianos que viven del reciclaje se unieron en una suerte de familia extendida y han estado viviendo bajo puentes vehiculares en la avenida Boyacá. Durante veinte días vivieron bajo el puente de la Avenida Boyacá con Avenida La Esperanza. La policía los desalojó y tuvieron que mudarse al puente de la Avenida Boyacá con Calle 13. En el día salen a recoger cartón y en la noche se organizan como una suerte de tribu para protegerse del frío, el hambre y la violencia de las calles.
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“¿Cómo es que dicen? La basura de unos es el tesoro de otros o algo así. En Venezuela yo no me hubiera imaginado nunca estar viviendo en la calle y comiendo lo que a veces encuentro en la basura. Afortunadamente nos hemos reunido y hemos podido colaborar entre todos. Por ejemplo, el que roba se expulsa. Acá ni ladrones ni viciosos, tenemos niños y no podemos permitir esas cosas. Este espejo lo colgamos porque como ya llevamos varios días es como nuestra casa, entonces acá nos arreglamos antes de salir a trabajar, uno puede estar sucio, pero no roto”.
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Andrés resume la situación muy bien: “Si nos vamos hacia Patio Bonito las cosas serán más difíciles. Yo llevo casi 15 años en la calle y allá es el sitio en donde a uno lo pueden matar porque sí. Ya nos llegó el chisme de que allá están pegándole a los venezolanos y a los que crean que tienen coronavirus. Por más unidos que estemos las cosas no son tan fáciles y menos con niños… acá no han llegado ayudas, nadie responde por nosotros, solo nos ofrecen ir a albergues, pero eso no es muy útil porque no nos dan solución a lo que pase con los carros con los que reciclamos. Es muy difícil ser pobre en la cuarentena, es como si no importáramos y dejaran que el virus ese acabara con nosotros”.
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María es enfática: “A Nosotros nos toca cuidarnos entre todos, nadie nos ha dado una mano, solo rechazo y desprecio, por eso somos como una familia”. Esto coincide con el escenario que Camilo Ernesto Lozano, antropólogo, magíster en Psicología Cognitiva y aspirante a doctor en Estudios Territoriales imagina para la cuarentena y después de esta: Habrá muchas maneras de transformación de los vínculos sociales y comunitarios, la vulnerabilidad de comunidades en Latinoamérica, que es objeto de análisis desde hace tiempo, es un elemento clave para esta transformación. Una manera sería lo que se ha denominado Interculturalidad. Esta promueve que haya una interacción entre las diferencias de las comunidades, entonces la cuarentena y la pandemia actuarían como una posibilidad de aumento o de refuerzo de las relaciones cooperativas entre los grupos y también actuaría como una forma de subsanar o de superar las condiciones de vulnerabilidad que se profundizan en este caso. Esas formas pueden conducir a un estado mucho más cooperativo en general en donde algunas diferencias que pudieron establecer distancias irreconciliables podrían borrarse porque en este caso podemos sentir que estamos en el mismo problema juntos.
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Desde que se dieron los primeros desalojos por cuenta del anuncio de cuarentena, son miles los migrantes venezolanos que han decidido regresar a pie a su país. Esta escena es común encontrarla en las salidas del norte y del occidente de Bogotá. Se organizan en grupos que apelan a la solidaridad y cooperación que, señala el antropólogo Lozano, son y serán claves en Latinoamérica para enfrentar los efectos socioculturales y económicos de la pandemia de covid-19. El futuro es incierto y no existe una pista clara sobre lo que vaya a suceder pero por el momento las demostraciones de unión y colaboración entre ciudadanos dan un idea de lo que podría funcionar.
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Una muestra de lo que existe en las alacenas de varias familias vulnerables y de lo que hay para comer en las calles durante la cuarentena por covid-19 en Bogotá.
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Mientras continúa escalando el número de contagiados por covid-19 en Colombia y en Latinoamérica las condiciones de vida se hacen más difíciles para los más vulnerables, símbolos como el trapo rojo, que anuncia la necesidad de comida, serán cada vez más comunes. A este drama las comunidades le ponen el pecho y se unen para intentar paliar esta situación.
"Esta pandemia es una expresión de la influencia que tiene lo global en la vida cotidiana.
Sentirnos como parte de una misma problemática y ser consciente de la vulnerabilidad podría llevar a que aumente la sensación de que compartimos escenarios comunes y que debemos cooperar".
Gerald Bermúdez es fotoperiodista y periodista freelance colombiano. Ha cubierto el conflicto armado y procesos sociales durante diez años. Ha trabajado para medios internacionales como Folha de Sao Paulo, Dagens Nyheter, Ottar Magazine, Sverige Dagblat, Ältair Magazine y Sverige Natür.