Por Ana María Mesa
Manuela Álvarez es artista, está llena de sensibilidad y de una tremenda facilidad para hablar de todo poéticamente. El año pasado Manuela perdió a su esposo, Mateo Villegas, mi primo, en un accidente de tránsito y desde ese momento se convirtió en mi prima, mi familia. Ella y el hijo de ambos, Luciano, son el regalo que Mateo nos dejó.
Conversando con ella sobre este espacio en el que empezaría a escribir y luego de leer el primer texto que hice para Todo es Ciencia me dijo que quería hablar conmigo y, por supuesto, me hizo caer en la cuenta de que la ciencia y el arte son ambos caminos eficaces para acercarnos al conocimiento. Si bien la ciencia tiene un método muchas veces descrito de ensayo y error y sus descubrimientos o aproximaciones a teorías e hipótesis quedan consignados en revistas indexadas, desconocemos o no nos percatamos de que la sensibilidad es también una herramienta para producir conocimiento.
La sensibilidad entendida como el camino de los sentidos, que es la primera aproximación que todos tenemos a los descubrimientos del mundo. Son los ojos, los oídos, el tacto, el gusto y el olfato los primeros radares que nos ayudan a entender el planeta que nos rodea y que luego fortalecemos con otras herramientas, como la educación, o la tecnología; o que llenamos con contenidos: nos dedicamos a oler, a ver, a tocar, a probar y a escuchar para reconocer lo salado, lo dulce, lo suave, lo áspero, lo claro, lo oscuro, lo grave, lo agudo, lo perfumado o lo podrido y también para experimentar con ellos en los laboratorios.
Esas sensibilidades, tanto en el arte como en el saber científico, pueden fortalecerse, pueden desarrollarse. Lo más probable es que todos seamos artistas o científicos, que tengamos un montón de talento y que crecemos para convencernos de que solo servimos para ser contadores públicos, un área que nos es mucho más lejana que los primeros dibujos o experimentos que hicimos en el colegio.
Manuela habla sobre la necesidad de que el arte exprese su proceso de construcción del conocimiento. Quizá no sea un proceso esquemático, fácilmente diferenciable por etapas, descriptivo, universal, como el de la ciencia; sino más bien individual, desordenado, saltarín, pero en todo caso, disciplinado.
No por su falta de estandarización puede negarse que el arte también construye hipótesis, conceptualiza, teoriza y alcanza algunas formas de la verdad, que pueden ser debatidas y sometidas a duda, y a un nuevo proceso artístico elaborado por alguien más que encuentre otra forma de la verdad y que abra horizontes nuevos de conocimiento.
Hablar del método del artista podría también servir para que otros sigan un camino, se sientan identificados, orientados, menos perdidos. Si alguien ya trazó un rumbo, que nos deje un mapa, que nos diga cómo lo hizo para seguir sus pasos o para alejarnos sabiendo que eso es lo que estamos haciendo.
La ciencia y el arte han abordado varias veces los mismos temas por separado. E incluso lo han hecho al mismo tiempo, como en las escenografías arquitectónicas para la representación de una ópera, o la música compuesta con base en encefalogramas, o la ropa que quiere incluir instrumentos de lectura del cuerpo humano para mostrar si alguien tiene fiebre o cáncer de seno, o la instalación del químico y artista argentino Víctor Grippo —que Manuela me mostró—, llamada La papa dora la papa, la conciencia ilumina la conciencia, en la que montó una obra iluminada íntegramente por circuitos hechos con papas.
La muerte y el duelo son unos de esos procesos naturales que el arte y la ciencia han tratado de explicar. Manuela trabaja su obra artística alrededor de ellos y ya tiene algunos hallazgos. Ha encontrado por ejemplo que vivimos en una sociedad que condena y que encuentra fastidiosa la autocompasión. Cuando es evidente que la gente tiene motivos reales para sentirse mal consigo misma, otras personas recomiendan fortaleza, no pensar tanto en los motivos del dolor, hacer caso omiso, irse de paseo para distraerse, pero casi nadie nos dice “sí, llora, tienes motivos para llorar”. Parte de su obra consiste en exponer su duelo en redes sociales y Manuela cuenta que este proceso ha hecho que se acerquen a ella muchas personas que están ávidas de expresar su propio dolor. Al llorar y dejarse ver llorando, Manuela se da cuenta de que otros pueden sanar sus propios dolores. Ella se convierte en un espejo, un modelo, que de alguna manera les permite expresar también sus sentimientos. Manuela comprueba y si tuviera un color, o si pudiera ser destilada, veríamos a La Empatía fluyendo a través de tubos de laboratorio en su taller de arte.
Sí, todo es ciencia, o quizá todo es arte, o quizá la ciencia es arte y el arte es ciencia, o quizá todo consiste en maneras individuales de aproximarnos a las verdades y todo es conocimiento.
Ana María Mesa es periodista. Columnista en La Patria de Manizales. Y realizadora en Radio Nacional de Colombia. Ilustraciones y video de Manuela Álvarez para Todo es Ciencia. Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo para construir un mejor país.
Publicar nuevo comentario