por Andrés Carvajal
Me ha pasado una cosa extraña y casi paradójica desde que el primer infectado con el nuevo coronavirus fue confirmado en Colombia. Se me quitó el cáncer, la artritis temprana, el herpes, la hepatitis, el pie de atleta y hasta la rinitis, la única que parecía real de estas enfermedades, porque el resto hacen parte de las aventuras de los autodenominados hipocondríacos, quienes manejamos la incertidumbre de las señales que nos da el cuerpo de una manera tan desproporcionada que terminamos inventándole males que no tiene. Después de mucho echarle cabeza, sospecho que esta mejoría tiene que ver con que estos días he visto de manera clara cómo la ciencia maneja la incertidumbre.
Yo de verdad no sé si soy un hipocondríaco en regla, un simple exagerado o un vil alarmista. Las ciencias psicológicas definen la hipocondría como un miedo intenso de tener o adquirir una enfermedad y se diagnostica cuando los síntomas persisten durante seis meses o más, aun cuando una evaluación médica haya descartado la supuesta enfermedad. Ya no usan el término hipocondría sino “transtorno de ansiedad por enfermedad”. Mejor, así liberan la palabra para que los no diagnosticados podamos usarla sin ningún rigor para dárnoslas de poetas atormentados, de bohemios, de Juan Ramón Jiménez, de Proust, de Kafka, que dicen que eran hipocondriacos, o de Darwin, porque hasta en los científicos, que aparentan ser de mejor familia que los escritores, se ve este mal.
Cuando la pandemia aterrizó en Colombia, algunos familiares y amigos me hablaron para ver (léase burlarse) si yo andaba muy paniqueado. Seguro se acordaban de la vez que fui a urgencias por una apendicitis imaginaria y asusté tanto al enfermero novato que me estaba tomando una muestra de sangre que falló de una manera espectacular y mi brazo terminó echando chorros hacia arriba como el hoyo soplador de San Andrés y rociando sangre en círculos sobre los que estábamos por ahí. O la vez que perdí el oído por sordera súbita de ficción y corrí como loco por los pasillos de una clínica hasta dar con una otorrinolaringóloga-ángel que al ver mi angustia utilizó su tiempo de almuerzo para llevarme de la mano a hacer las vueltas administrativas, atenderme y sacarme el taco de cera. O la vez que me dio un infarto de película y la médica que me atendió se volvió mi sicóloga por un momento y nos dimos cuenta que el dolor en el pecho era dolor del alma porque se acercaba el aniversario de la muerte de mi papá… En fin, fue en ese momento que me preguntaron por mis miedos al coronavirus que me di cuenta de que la hipocondría había dado lugar a una cierta comodidad con la incertidumbre. Les dije que si algo se sabía de esta pandemia es que es real y lo que a mí me jodia eran las enfermedades imaginarias.
Había estado viendo cómo en todo el mundo, a raíz de la COVID-19, el conocimiento científico está siendo valorado al punto que por todos lados hay enormes esfuerzos para comunicar la ciencia. A diferencia de varios políticos (con excepciones como Ángela Merkel, que también es científica), la ciencia no ofrece soluciones mágicas ni inmediatas solo porque la gente exija certezas rápidas para aferrarse desesperadamente a ellas. En una conversación de Todo es Ciencia con Diana Obregón, PhD en Estudios Sociales de la Ciencia, se habló de los aportes de la ciencia en momentos de crisis y cómo además de las ciencias naturales y médicas son importantes las ciencias sociales para entender la "ciencia en gerundio”, es decir la ciencia como un proceso inacabado, humano, en un contexto sociocultural, en el que hay más preguntas que afirmaciones, en el que los consensos se logran después de muchas controversias entre científicos.
En este momento, cuando muchos países están tomando la decisión de relajar las medidas de confinamiento, la controversia apenas empieza. Por ejemplo, Maria Chikina, Ph.D. en Biología Molecular de la Universidad de Princeton y Wesley Pedgen, profesor del Departamento de Ciencias Matemáticas de la Universidad Carnegie Mellon argumentan que la narrativa detrás de la idea de que la cuarentena extrema y prolongada salva vidas no es del todo honesta si los modelos no son explícitos en aclarar que sus alcances son a corto plazo. Para ellos, mirando el largo plazo, “La duración de los esfuerzos de contención no importa, si las tasas de transmisión vuelven a la normalidad cuando finalizan, y las tasas de mortalidad no han mejorado”. Es decir, el confinamiento solo compra tiempo y aplaza las infecciones, es una buena estrategia siempre y cuando las condiciones en el terreno cambien: por ejemplo cuando se haya encontrado una vacuna, un tratamiento efectivo o al menos se haya fortalecido el sistema de salud. Chikina y Pedgen llaman a ser cautos porque “lo que debería quedar absolutamente claro es que hay decisiones difíciles por delante y que no hay respuestas fáciles”.
La ciencia debe estar cómoda con la incertidumbre: cuando no sabe algo, observa, experimenta, hace que el experimento sea repetible. La ciencia debe ser cauta para dar certezas: cuando formula hipótesis, comparte información con pares para discutir, contrastar, ampliar, cuando resuelve una pregunta, se hace otras más. El balance entre incertidumbre y certeza hace parte de la ciencia, de la curiosidad humana… y también de la hipocondría. Solo que el hipocondríaco ni está cómodo con la incertidumbre ni es cauto con las certezas. Y en vez de venderse a sí mismo una explicación salvadora como haría cualquier político que se respete, se aferra a la peor, más pesimista o más dramática de las certezas imaginarias. Así es que un tirón extraño en la espalda tiene que ser una escoliosis grave; un dolor de cabeza sin guayabo, una meningitis; un gas que no sale, un embarazo (no importa que uno no tenga ovarios). La hipocondría es una teoría conspirativa en la que el cuerpo, guiado por los oscuros intereses de los chinos, Soros y el Foro de Sao Paulo, conspira contra uno mismo.
No es fácil manejar la incertidumbre en tiempos de pandemia, pero no es útil seguir el ejemplo de quienes ofrecen o creen en soluciones milagrosas, o teorías conspirativas, que aunque suelen argüir comportamientos viles en las sociedades humanas, sus explicaciones rápidas terminan reconfortando a muchos porque ahuyentan la angustia de la incertidumbre. Mi salud mejoró porque seguí el ejemplo de moda: los científicos… Aunque pensándolo bien, me parece raro que se me haya quitado la hipocondría, seguro la está ocultando un trastorno de ansiedad generalizada, síndrome de apatía, distorsión de la realidad o ya estoy muerto.
Andrés Carvajal. Escritor. Creador de contenidos audiovisuales. Ha escrito sátiras para diversos medios y formatos. Columnista y líder editorial en Todo es Ciencia. Hace parte de Guoqui Toqui, un laboratorio de contenidos audiovisuales. Gurú que enseña a hacer casi tan feliz como los políticos en el canal de YouTube Aprende con Muchotropico.
Las ilustraciones son de Paula Carvajal. En IG como @pautipeep
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