Por Eduardo Arias
“¡Ánimas del Purgatorio, cómo se le ocurre decir eso, eso es contra natura, usted está en contra de la naturaleza!”. Confundir las leyes de la naturaleza con estereotipos culturales de diversa índole es una costumbre muy arraigada entre nosotros los seres humanos. Incluso hoy en día, y a pesar de que llevamos 500 años de revolución científica, amplios segmentos de la población están convencidos de que ciertas conductas que se dan en la sociedad violan principios básicos de las leyes de la naturaleza. Muchos de esos dogmas no son más que prejuicios culturales que, con el paso de los siglos, adquirieron el estatus de “ley natural”.
Ese es tal vez el punto que más me llamó la atención cuando leí el libro De animales a dioses - breve historia de la humanidad, del historiador israelí Yuval Noah Harari, quien es profesor de Historia de la Universidad Hebrea de Jerusalén. El autor señala que los seres humanos tendemos a darle una base biológica a diversas categorías y comportamientos que no son más que invenciones culturales. Un ejemplo es el concepto de raza, una construcción cultural a la que en el siglo pasado se le daba un carácter científico que no tenía, tal como lo han demostrado los avances en el estudio del genoma humano. En el siglo XIX se decía que la raza blanca era superior, destinada a regir los destinos del mundo y se daba por hecho que esta era una afirmación validada por sociólogos y antropólogos de aquel entonces. Hoy en día la ciencia señala que el concepto de raza no tiene ningún asidero en las ciencias naturales.
Sin embargo, un tema que se mantiene muy álgido en nuestros tiempos es el de los géneros. En este país se ha llegado a hablar de “la ideología de género”. Que determinadas preferencias sexuales son antinaturales. Desde el punto de vista de la biología, existen machos y hembras. Los machos se caracterizan porque tienen un cromosoma X y uno Y. Las hembras, porque tienen dos cromosomas X. Pero “lo masculino” y “lo femenino” son construcciones culturales que muchos de nosotros consideramos “naturales” porque las hemos heredado durante siglos, incluso milenios. Harari así lo expresa en un aparte del libro: “Algunas de las disparidades culturales legales y políticas entre hombres y mujeres reflejan las evidentes diferencias biológicas entre los sexos. Parir ha sido siempre cosa de mujeres, porque los hombres carecen de útero. Pero alrededor de esta cuestión dura y universal, cada sociedad ha acumulado capa sobre capa de ideas y normas culturales que tienen poco que ver con la biología. Las sociedades asocian una serie de atributos a la masculinidad y a la feminidad que, en su mayor parte, carecen de una base biológica firme”.
Harari pone como ejemplo a la Grecia de nuestros días y la compara la Grecia Clásica. Señala que para los griegos de la Antigüedad las mujeres no tenían derecho a votar ni a recibir educación, como si el útero les impidiera pensar o comportarse como un adulto, mientras que en la Grecia contemporánea las mujeres disfrutan de todos los derechos políticos y varias de ellas han ocupado altos cargos en el gobierno. Pero también señala Harari que en la Grecia moderna se considera antinatural que una persona sienta atracción física por una persona de su mismo sexo, algo que era perfectamente aceptado en la Grecia Clásica. Cito de nuevo a Harari: “La Ilíada no menciona que Tetis tuviera ninguna objeción a las relaciones de su hijo Aquiles con Patroclo. A la reina Olimpia de Macedonia, una de las mujeres más temperamentales y enérgicas del mundo antiguo, hasta el punto de mandar asesinar a su propio marido, el rey Filipo, no le dio ningún ataque cuando su hijo Alejandro Magno llevó a casa a cenar a su amante Hefestión”.
Estas reflexiones, que ocupan varias páginas del libro, son relevantes en un mundo en el cual se censuran y condenan opciones que no siguen la norma aceptada por el hecho de ir “contra la madre naturaleza”.
Jamás debemos olvidar que las leyes de la naturaleza son una cosa y las normas o tradiciones que impone una sociedad son otra muy distinta. Por eso bien vale la pena sospechar de quienes censuran y reprimen a nombre de la madre naturaleza. Que lo hagan con sus dioses o sus ideologías. Pero no metan a la naturaleza en sus cruzadas xenofóbicas, racistas y de violencia de género.
Biólogo dedicado a las comunicaciones. Eduardo Arias ha escrito como periodista acerca de temas de medioambiente y divulgación científica. Ha escrito libros y publicaciones para el Inderena y el Instituto Alexander von Humboldt. También ha escrito varios libros de humor político y fue libretista y argumentista en el programa Zoociedad. En la actualidad es periodista independiente y ejerce el cargo de defensor del televidente de Señal Colombia. Ilustraciones de Jhonny Rodríguez Quintero para Todo es Ciencia. Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo para construir un mejor país.