Por Vanesa Restrepo
La historia oficial cuenta que en 1962 tres hombres recibieron el premio Nobel de Fisiología y Medicina por haber descubierto la estructura del ADN, un conocimiento que hoy es clave para identificar enfermedades, virus y hasta el desarrollo de vacunas. Pero el tiempo y no pocas investigaciones revelaron que fue el trabajo de Rosalind Franklin —una mujer que no fue premiada ni mencionada por sus pares masculinos— el que permitió comprobar la teoría.
Volvamos en el tiempo. A mediados del siglo XX en Europa y Estados Unidos hubo varios grupos de científicos trabajando para identificar cómo era y qué importancia tenía el ADN para la vida. En 1951 John T. Randall, director del King's College de Londres, contactó a Rosalind Franklin, una investigadora que ya tenía buena reputación por sus conocimientos en la técnica de difracción con rayos X y sus habilidades para interpretar los datos. Su pasión, talento y sobre todo rigurosidad la llevaron al prestigioso laboratorio Cavendish donde Maurice Wilkins, un científico que participó en el Proyecto Manhattan con el que se desarrollaron armas nucleares, ya adelantaba investigaciones sobre el mismo tema.
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Randall le dijo a Rosalind que el trabajo de ADN iba a ser su responsabilidad, pero Wilkins pensó que a ella la contrataron como su asistente. "No fue un buen comienzo", describe Jenifer Glynn en su libro Mi hermana Rosalind Franklin. En su primer año de trabajo, la joven investigadora hizo varias mejoras a los métodos de difracción de rayos X y probó que el ADN que estaban investigando sus compañeros correspondía a una forma A que se conseguía con una humedad relativa del 75 % y que había otra forma, la B, que se producía con una humedad más alta y que era la que se encontraba en los seres vivos.
Pero sus días no eran sencillos. Una de las anécdotas más famosas (y de las pocas reconocidas por sus colegas) tiene que ver con el comedor de la universidad, donde los científicos se reunían para almorzar, tomar café y debatir, pero donde solo se admitían hombres. Rosalind no podía entrar, su relación con Wilkins era cada vez más compleja y constantemente recibía críticas y descalificaciones a su trabajo. "Estaba tan descontenta en King's que, a pesar de la abrumadora importancia del trabajo, deseaba irse", recuerda Glynn.
Pero la ciencia era su prioridad. En mayo de 1952 en medio de experimentos —y con su asistente, el estudiante de doctorado Raymond Gosling— Rosalind tomó muestras de ADN hidratado y las expuso a rayos X por más de 60 horas. Luego tomó varias fotos, entre ellas la conocida como Fotografía 51, que permitió ver con claridad que el ADN estaba formado por cadenas de doble hélice y no de triple como se creía.
Los testimonios de Glynn y varios investigadores han llevado a concluir que probablemente Wilkins compartió parte del trabajo de Rosalind sin su autorización, incluyendo la foto 51, a Jim Watson, un investigador de Cambridge que también estaba concentrado en identificar el ADN en compañía de Francis Crick.
Con la foto y otros datos derivados del trabajo de Rosalind —obtenidos de un informe que ella entregó al Medical Research Council— Watson y Crick empezaron a entender cómo funcionaban las cadenas antiparalelas del ADN y alimentaron su trabajo con el apoyo de otras herramientas como las reglas de Chargaff y algunos modelos en cartón y metal que ya habían desarrollado.
El 25 de abril de 1953 la revista Nature publicó tres artículos que revolucionaron la medicina, la química y la biología. El primero, firmado por Watson y Crick, presentaba el modelo de doble hélice del ADN, creado a partir de la forma B. Los dos restantes mostraban por separado los avances que lograron Wilkins y Rosalind con los estudios de difracción de rayos X.
Cuando las publicaciones salieron a la luz, la investigadora había cambiado los pasillos del King's College por el laboratorio de cristalografía JD Bernal en Bribek College donde continuó analizando la estructura molecular para resolver problemas biológicos. El trabajo, como ella misma lo describió en un informe de 1956 citado por su hermana, implicaba "lo que probablemente es la más fundamental de las cuestiones relativas a los mecanismos de los procesos vivos: la relación entre las proteínas y el ácido nucleico en la célula viva".
El 16 de abril de 1958, Rosalind murió por una bronconeumonía y un cáncer de ovarios que pudo haber estado relacionado con su exposición a los rayos X. Apenas con 37 años logró una licenciatura en ciencias físicas (en tiempos en los que las mujeres no recibían títulos académicos superiores), un doctorado en estructura molecular y un posdoctorado. Hablaba inglés, francés y alemán.
Cuatro años después Wilkins, Watson y Crick recibieron el premio Nobel. Y aunque es claro que el premio no se entrega de manera póstuma, aún hoy son muchas las científicas que defienden que Rosalind Franklin merecía ese reconocimiento.
Apoyar a las mujeres científicas, el mejor homenaje
En 1968, Watson publicó un libro llamado La doble hélice en el que menciona por fin el trabajo de Rosalind, aunque en medio de comentarios misóginos que le valieron el rechazo de la comunidad internacional.
Varios años más tarde, en 1975, su amiga Anne Sayre respondió con el libro Rosalind Franklin y el ADN, en el que reivindica los aportes de Rosalind y la posicionó como un ícono feminista.
Jenifer, la hermana de Rosalind, cree que ese retrato de una mujer talentosa que no es reconocida en un mundo de hombres la habría hecho sonrojar, aunque no tanto como los comentarios de Watson, entre los que se incluían la cita: "claramente 'Rosy' tenía que irse o haber sido puesta en su lugar".
Por ahora destaca que el mundo ha avanzado y la memoria de su hermana se ha honrado con laboratorios y hasta cátedras nombradas en su honor.
Quizás los monumentos que más la hubieran complacido son los que usan su nombre para promover oportunidades para mujeres jóvenes: el premio anual otorgado por la Royal Society para promover a las mujeres en la ciencia y las becas de la Universidad de Groningen para ayudar a impulsar a las mujeres que están comenzando sus carreras académicas. Ciertamente, no la olvidan.
Referencias
Interpretación visual de la foto 51
Glynn, J. (2012). My sister Rosalind Franklin
Maddox, B. (2003) Rosalind Franklin: The dark lady of DNA. Harper Collins
Watson, J. D. (1968). The double helix: A personal account of the discovery of the structure of DNA.
Peretó, Juliet (2020). Rosalind Franklin, más allá de la leyenda
Montero, Rosa (2013). La ridícula idea de no volver a verte. Editorial Planeta
Este artículo fue escrito por Vanesa Restrepo. Ella es periodista y está interesada en la realidad y las ciencias, que son la misma cosa.
Las ilustraciones son de Alejandra Monsalve
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