Los campesinos que aprendieron a leer el bosque

Los campesinos que aprendieron a leer el bosque

Author: erincon Fecha:Diciembre 24, 2019 // Etiquetas: Guáimaro, Colombia, Bosque, Árbol, Caribe

Por Alberto Salcedo Ramos

Para atravesar a pie la vereda Los Límites sólo se necesitan tres minutos. La calle principal del pueblo empieza en el borde de la carretera La Cordialidad, que comunica a Barranquilla con Cartagena, y se extiende unos ciento cincuenta metros. Más allá de la última casa principia un bosque seco tropical atestado de animales salvajes: saínos, chigüiros, ñeques, armadillos, venados, monos tití. 

Entrada a Los Límites

Justo por la entrada de ese bosque seco tropical van caminando ahora varios campesinos que se dirigen a sus parcelas. Al adentrarse en la floresta conversan sobre lo encapotado que amaneció el cielo. Unos predicen que lloverá pronto, otros vaticinan que en un rato reaparecerá el sol ardiente de siempre. Los labriegos saludan a los peatones con los que se topan por el camino, pues en este pueblo de dos calles todos los habitantes doscientos cincuenta en total se conocen entre sí. 

En las dos márgenes de la trocha se avista un follaje tupido que contiene árboles maderables característicos del trópico: ceibas blancas, trupillos, guayacanes, cedros. Cada tanto se percibe la sonata matinal de los animales: el rebuzno de un burro aquí, el canto de unos pájaros allá, el ladrido de un perro al otro lado. 

Los campesinos empiezan a charlar sobre las semillas de guáimaro que pusieron en el secador solar hace dos semanas. 

Tenemos que molerlas— dice Saida Jiménez. 

Sí, molerlas y empacarlas— responde Pablo Torres.

Tomás Martínez expresa su preocupación por la inestabilidad del servicio de energía eléctrica.

Ayer estuvimos sin luz desde las siete de la mañana hasta las once de la noche— tercia Pablo.

Si el servicio sigue inestable no podremos moler— señala Tomás.  

II

Estos agricultores son integrantes de la Asociación de Campesinos de Los Límites Asocalim, que tiene entre sus propósitos luchar por la conservación del bosque seco tropical y procurar seguridad alimentaria a sus familias. Como labran la tierra observando protocolos de respeto al medio ambiente, sólo desarrollan plantaciones orgánicas. El árbol más importante de sus cultivos es el guáimaro, cuyo nombre científico es Brosimum alicastrum. Se le reconocen propiedades nutricionales e incidencia en la recuperación del suelo. 

Por acá le llamamos “el pechichón”— dice Luis Jiménez. 

En la jerga del Caribe colombiano, “pechichón” significa “mimado”.

Nosotros lo “pechichamos” porque es lo máximo.

Lo máximo— agrega Leila Díaz, y a continuación explica por qué.

La semilla del guáimaro permite varios usos, dice. Cuando se tuesta y se hierve en agua produce una infusión similar al café; cuando no se tuesta y se licúa en leche da una bebida que sabe a chocolate. 

En el grupo de caminantes va Agathe Benfredj Zaleski, delegada de Envol Vert, la ONG francocolombiana que dirige el proyecto agroforestal. Ella también tiene elogios para el guáimaro:

 Es un árbol que ayuda a mantener la biodiversidad de los bosques. 

Agathe añade que, más allá de las bondades del guáimaro, lo mejor del proyecto es haberles inculcado a los campesinos la idea de una agricultura responsable. 

III

A sus cincuenta y tres años, Víctor Olivares acaba de graduarse como bachiller académico. Esa inquietud le nació cuando se vinculó a Asocalim. Entonces decidió aprovechar la motivación que le dio el proyecto para ponerse al día con los deberes aplazados. 

      Lo importante no es el diploma de bachiller, sino reafirmar que cualquier edad es buena para comenzar nuevos caminos. 

Olivares coincide con Agathe Benfredj en que lo mejor del proyecto Asocalim es haber desarrollado una agricultura responsable y autosostenible. 

La agricultura es científicamente sostenible cuando combina de manera equilibrada tecnologías que tengan sentido ecológico con un manejo responsable del suelo y con actividades sensatas de parte de los agricultores. Además, debe procurarse la viabilidad económica. 

Saida Jiménez

Víctor Olivares recuerda que los campesinos de Los Límites comparten espacio con centenares de bestias depredadoras. En vez de matarlas, como se acostumbra en sembrados donde no existe conciencia ecológica, procuran convivir con ellas. Para combatir las plagas de los cultivos, por ejemplo, no utilizan venenos químicos sino repelentes elaborados por ellos mismos en forma artesanal. Según Olivares, son pócimas tan nauseabundas que ahuyentarían hasta al mismísimo diablo si se apareciera por acá. Ningún bicho, por obstinado que sea, se arrima a una planta bañada con este bebedizo que contiene aceite de cocina, hojas secas de tabaco, ajo machacado, boñiga recién expulsada, detergente líquido y cuajo de vaca fermentado. 

      La solución no es eliminar a los grillos que perforan los cultivos: basta con repelerlos.   

Ni siquiera intentan aplastar con manotazos a los zancudos que revolotean alrededor de ellos. Para no tener que acudir a esa medida que consideran excesiva, durante el recorrido embadurnan sus pieles, cada cierto tiempo, con un brebaje casero al que le llaman “el milagroso”.

 Tomás Martínez interviene:

A este repelente le agregamos el extracto de un arbusto llamado contragavilana. Es muy amargo y pone a sudar. Entonces, mire lo grasosos que nos ponemos cuando sudamos. Ahí no hay mosquito que se acerque.  

Hemos cambiado la práctica de andar matando riposta Saida Jiménez. Le aseguro que aquí nadie mata nada. Nadie. 

Nosotros ya sabemos el significado de las palabras tercia Víctor Olivares: si el patán se defiende dando patadas, ¿con qué cree usted que se defiende el sabio? ¡Pues, con la sabiduría! La naturaleza no es un libro para arrancarle las hojas sino para leerlo.

IV 

Olivares recuerda que en la jungla siempre ha imperado la ley del más fuerte. Para ilustrar su tesis improvisa una cadena de depredación: el gusano engulle a la hormiga, pero después la gallina se lo embucha a él; el zorro se come a la gallina, pero luego el perro de presa lo despedaza, y así, sucesivamente. Al final, el más dañino resulta ser el hombre, porque es el único animal capaz de aniquilar a los otros aun cuando estos no atenten contra su vida, el único que mata por mero deporte o por simple vicio.

Don Tomás Martinez en el vivero

En las once parcelas de Asocalim hay, además de guáimaro y árboles maderables, muchos cultivos de pancoger: piñas, guayabos, yucas, guanábanos, ñames, ahuyamas, ajíes, bijaos, mangos, habichuelas, chirimoyas, papayos, maizales, melones, patillas, mamoncillos, plátanos y mameyes. Los campesinos organizan estos sembradíos en hileras simétricas. Ellos saben perfectamente agrega ahora Tomás Martínez cuál es el animal que ataca a cada cultivo: la cotorra destruye los maizales, el conejo desmantela los guáimaros, el ñeque desgarra las yucas, el pájaro garrapatero agujerea los melones y el zorro taladra la sandía de manera soberbia: le abre un boquete en la parte superior, y por allí le extrae toda la pulpa sin necesidad de estropear el resto del cascarón. 

Sencillamente— interviene Víctor Olivares, aprendimos a convivir con esta situación, pues los animales estuvieron aquí desde el principio. 

Aquí los invasores somos nosotros— exclama Leila Díaz. 

Segurísimo ––dice Pablo Torres.

Cuando un chigüiro se come un fruto cultivado por nosotros, solo está tomando algo que le corresponde— concluye Víctor.

Antes de sembrar, los campesinos incluyen en sus cuadernos de cuentas un tributo para los animales depredadores: las primeras hileras de cada cultivo son para ellos. Si el ñeque encuentra tres buenas matas de yuca a la entrada, se sacia y ya no seguirá avanzando hasta el interior del huerto. 

Póngale que de cada trescientas matas de yuca que sembremos, los ñeques se coman las primeras diez. Ese impuesto nos parece razonable. 

Los campesinos bordean ahora la represa que surte de agua a sus parcelas. Víctor señala entonces un árbol viejo que, según él, tiene una forma especial. 

¿A qué se les parece? Mírenlo bien.

El árbol crece de manera horizontal, apoyado en varios troncos verticales que le fueron brotando por debajo. Diríase que se trata de un cuerpo y unas patas, ni más ni menos. Es como si, de golpe, el árbol se transformara en un animal. Tal impresión se acentúa al observar el tronco largo, delgado, que le surgió en el extremo donde deberían estar el pescuezo y la cabeza. Ya visto en conjunto se asemeja a un reptil enorme. Víctor insiste con su pregunta:

¿A qué se les parece?

A un dinosaurio— responde Saida Jiménez.

Víctor sonríe, asiente con la cabeza.

Siempre he creído que si el árbol adoptó esa figura fue para proteger este bosque. Antes venían muchos cazadores de noche a matar animales. Ahora no viene ninguno.

Entonces, por fin, los nubarrones se rompen.

    

La sede de Asocalim está ubicada en la segunda de las dos calles del pueblo. Allí se encuentran reunidos sus integrantes. Unos se dedican a pulverizar semillas de guáimaro; otros, a despulpar frutas para elaborar mermeladas. El aguacero resuena con fuerza en el techo de la casa.  

Hoy, tal y como sucede con frecuencia en la vereda Los Límites, el servicio de energía eléctrica carece de la potencia suficiente para impulsar el molino. Como los granos de guáimaro quedan casi enteros, es preciso introducirlos varias veces en el molino. Eso, precisamente, es lo que hacen ahora Luis Jiménez, Tomás Martínez y Leila Díaz. 

Mary Luz Olivares cocina la pulpa de las frutas; Ledis Olivares organiza las bolsas, Leidy Orozco prepara las etiquetas, Francisco Arteta barre el piso. Si algo bueno tiene Asocalim ––dice Agathe Benfredj Zaleski es que no divide el trabajo por géneros: aquí un hombre puede cocinar y lavar ollas, y una mujer, arar la tierra y cortar maleza. 

 Don Tomás tostando semillas de guáimaro

   Si decimos que este proyecto es muy bueno no es por echarnos flores nosotros mismos, sino porque es la purita verdad— afirma       Víctor Olivares mientras lava un caldero. 

         Buenísimo— exclama Francisco Arteta. 

         Agathe retoma la palabra:

         El proyecto le permite a la comunidad cultivar sus propios alimentos y, además, sirve para conservar un bosque importante. En vista          del éxito que hemos tenido, estamos desarrollando una fase de agroturismo. Muchos forasteros llegan a conocer la naturaleza y ver              nuestros logros. Los propios campesinos actúan como guías. 

         Y como si fuera poco riposta Víctor Olivares, también estamos transformando materia prima y comercializando algunos                         productos, como bolsas de guáimaro en polvo, mermeladas y harina de plátano verde. 

         Lo malo es esta energía sin fuerza señala Tomás Martínez. ¡Quién sabe cuánto tiempo nos demoraremos triturando las semillas!

         ¡No importa! dice Agathe Benfredj. En algún momento terminaremos. Ustedes mismos me enseñaron que hay que cogerla suave. 

Luego afirma que en un pueblo que tiene servicios públicos tan deficientes y que carece de un centro de salud, Asocalim viene a ser un proyecto redentor.

         Así que sigamos moliendo sin desesperarnos.

Cuando terminen agrega a continuación, contactarán a los clientes que han ido atesorando poco a poco: restaurantes de Barranquilla y Cartagena, ferias agrícolas de Colombia, viajeros que reconocen su esfuerzo. Es cierto que no pueden producir en grandes cantidades, pero eso, lejos de ser un problema, es parte de su encanto: ellos no aspiran a convertirse en industria sino a mantener el carácter artesanal. La ganancia es haber encontrado un nuevo rumbo: levantarse cada mañana con una tarea pendiente, acostarse cada noche con la idea de que el día valió la pena y seguir aprendiendo en el libro abierto de la naturaleza. 

A propósito de “ganancias” insiste Agathe de manera enfática, la principal de todas no es lograr una producción a gran escala, sino haber construido con unos campesinos que antes no tenían alternativas las herramientas suficientes para garantizar la supervivencia y hacer algo útil por su entorno. Lo mejor, concluye, es haber trabajado en una noción del respeto por la tierra y por la vida que irá fortaleciéndose aún más con el tiempo. Las próximas generaciones podrán crecer con la convicción de que la agricultura autosostenible no sólo es aquella que les garantiza los frutos de hoy, sino también las cosechas del mañana. 

 

 

ALBERTO SALCEDO RAMOS. Barranquilla, Colombia, 1963. Autor de varios libros de no ficción, tales como “La eterna parranda”, “De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho”, “Botellas de náufrago”, “Los ángeles de Lupe Pintor”, “Viaje al Macondo real” y “El oro y la oscuridad”. Maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, ha dictado talleres de crónica en varios países. Además ha sido incluido en numerosas antologías: entre otras, “Mejor que ficción” (Anagrama, España) y “Antología latinoamericana de crónica actual” (Alfaguara, España). También ha sido incluido en las antologías «Verdammter süden», de la Editorial Suhrkamp (Berlín, Alemania), y “Atención” de la editorial Czernin, (Austria), entre muchas otras. Ganador del Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa (dos veces), del Premio Ortega y Gasset de Periodismo, del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (seis veces) y del Premio Internacional de Periodismo Rey de España, entre otras distinciones. En junio de 2017 obtuvo en Francia el Le Prix du Livre du Réel, premio que la Librería Mollat y el diario Sud Oest crearon para exaltar el mejor libro de no ficción del año. Salcedo Ramos ganó el galardón por su obra “L'or et l'obscurité” (El oro y la oscuridad”), que cuenta la vida del legendario exboxeador Kid Pambelé. Algunas de sus crónicas han sido traducidas al inglés, al alemán, al francés y al italiano.

 

El contenido aquí publicado es resultado del trabajo colaborativo entre Todo es Ciencia y la ONG Envol Vert, fundación que tiene como objetivo la preservación del bosque y de la biodiversidad en América Latina y Francia. Su trabajo se hace con la población local, para favorecer iniciativas de preservación y ayudarlos a desarrollar nuevas alternativas económicas. La serie de contenidos relacionados con el Guáimaro hace parte del enfoque de región que la estrategia  Todo es ciencia desarrolla y que tiene por propósito contar historias de transformación social a partir de ejercicios de CTeI a lo largo y ancho del territorio nacional.

 

Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo de saberes para construir un mejor país.

 

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