Por Brigitte Baptiste
Uno de los fenómenos más difíciles de explicar en biología, pero que resuena en muchas disciplinas, es el origen de las estructuras complejas. Para quienes atacan la perspectiva evolutiva de las ciencias, la existencia del ojo humano, indudablemente una maravilla de la naturaleza, es clara evidencia del “diseño inteligente” que se habría requerido para crearlo. Sin embargo, hay explicaciones alternativas, postuladas no con el ánimo de cuestionar los asuntos de la fe, pero sí de plantear desde la racionalidad la posibilidad de otras interpretaciones. Al fin y al cabo, la ciencia no desdeña ninguna pregunta.
Al principio era el caos, no parece haber duda de ello, pero luego, algo pasó. La ciencia sostiene que existe una capacidad espontánea de las cosas para organizarse, la cual sería una propiedad inherente de los sistemas complejos y dinámicos; es decir, de aquellos que poseen múltiples componentes, múltiples maneras de relacionarse entre ellos y múltiples trayectorias posibles derivadas de ese movimiento caótico inicial: tarde o temprano habrá “coincidencias” o choques en el espacio que harán aparecer anomalías, cosas nuevas derivadas de circunstancias impredecibles, pero que constituirán una modificación potencialmente organizadora de un sistema. A esa condición emergente la denominamos un “atractor”.
La innovación que emerge en un sistema como resultado de un accidente puede tener características recalcitrantes, configurar un tipo de comportamiento especial a su alrededor, un campo de atracción que podría asemejarse incluso a la habilidad de un líder para crear un movimiento en su entorno, no necesariamente bueno, como lo demuestra la historia de atractores fatales: los tumores cancerígenos y las dictaduras funcionan así. Tal como un remolino que se repite en un curso de agua, pero que cada vez aparece en un punto ligeramente distinto, adquiere una forma un poco diferente y se mueve en una trayectoria equivalente pero no idéntica, así transcurren los eventos en medio de la complejidad de la existencia: no se requiere ninguna mano invisible.
La idea de los atractores se desarrolla dentro de la teoría de los sistemas dinámicos y complejos, que a su vez procede del famoso “problema de los tres cuerpos” derivado de la física clásica. Si la cantidad de posibilidades para predecir el comportamiento gravitacional de tres masas correlacionadas incluye soluciones caóticas (la línea histórica Newton/Laplace/Poincaré/Lorenz), la de miles de millones de elementos de cualquier sistema es aún mucho más “infinita”. La vida, por tanto, como sistema complejo, está llena de pequeños accidentes desde la aparición de las cadenas moleculares de ADN, a su vez un accidente derivado de las condiciones fisicoquímicas del planeta Tierra, que también surge del accidente, relativamente más común, de la aparición de sistemas solares con cuerpos sólidos (ya hemos documentado cerca de mil planetas de este tipo en el universo cercano).
El ojo, por tanto, es resultado de la aparición de un atractor molecular constituido desde el principio de los tiempos orgánicos, capaz de procesar el dato “fotón/no fotón” de manera bioquímica. Esta propiedad resultaría en miles de modelos de ojo en la fauna, incluso algunos más interesantes que el humano. Y al cabo de los tiempos en las cámaras de video y en los cerebros artificiales que ya son capaces de interpretar lo que captan estas cámaras; es decir, son capaces de ver. Estos modelos alternativos al ojo se derivan de una propiedad emergente de los sistemas que nos permite muchas cosas, incluso hablar de ellos, como aquí lo hacemos: se trata de la conciencia inteligente humana, la fuente del diseño del mundo, al menos en cuanto a la ciencia concierne.
Brigitte Baptiste es la Directora General del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt. Actualmente es miembro del Panel Multidisciplinario de Expertos de la Plataforma Intergubernamental Científico-Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (MEP/IPBES) en representación de América Latina. Ganadora del Premio Príncipe Claus 2017 por su trabajo en ciencia, ecología y activismo de género. Ilustración de Raeioul para Todo es Ciencia. Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo para construir un mejor país.
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