Por Ana María Mesa
Imagine el centro de su ciudad, con sus instituciones oficiales: la alcaldía, la gobernación, y sus almacenes de todo a $5.000 más las grandes marcas con precios astronómicos que compiten para que usted decida entrar allí y no allá. Podemos recorrer todo este escenario de capitalismo y libertades democráticas gracias a las vías que nos llevan a todas partes, a donde queramos. Nosotros somos el paquete que se distribuye. El mensaje que se entrega. El código de ceros y unos que viaja por esas calles y que decide con cierto grado de libertad a dónde desea entrar.
Imagine entonces que un gobierno, o una corporación poderosa, adquiere esas vías y decide que va a cobrar un peaje adicional para permitirle entrar a ciertos sectores del centro de su ciudad donde están los almacenes más baratos o a las ONGs que le hacen veeduría a los gobiernos de turno.
Imagine también que una ambulancia necesita transitar por esas vías a toda carrera porque tiene que atender una emergencia. Esa ambulancia no puede estar sometida al ritmo de nuestros pasos mientras decidimos si queremos entrar Amazon o a la librería de viejo. La ambulancia necesita que las regulaciones le permitan no pagar algunos peajes, escoger rutas más rápidas o liberar espacio para que ella pase. Porque no se trata solamente de que todas las vías sean tratadas de la misma manera para todos los usuarios, sino también de reconocer usuarios especiales, emergencias, llamados, búsquedas.
Internet es quizá uno de los inventos más complejos que ha creado el ser humano. Su manera de funcionar es difícil de comprender y, aunque no es complicado intuir por qué quisieran limitarnos el acceso a ciertos lugares o quienes quisieran hacerlo, no resulta tan fácil de entender cómo se logran esas restricciones o libertades, puesto que todo funciona con códigos y lenguajes de programación que no hablan tantas personas y que definitivamente requieren un alto grado de formación.
Adicionalmente la red parece un ente mayor, superior, supranacional. Una disposición sobre cómo debe funcionar cierta página de internet en Italia, por poner un ejemplo, originará cambios en la programación de ese servicio en Estados Unidos, donde tendrán otras disposiciones o reglamentaciones. Así que preocupa que el supuesto país de las libertades, Estados Unidos, haya querido limitar el uso de este servicio de información permitiendo a los prestadores del servicio y a los dueños de las redes cobrarle a mí, a ti, a usted, a todos, más datos al transitar por ciertas vías o lugares del vasto mundo de la red.
Vale la pena detenernos más allá de la analogía que les propongo y digamos entonces que Net Neutrality es un principio global de uso de las redes de Internet para que operadores y gobiernos den el mismo trato a toda la información. Un principio que tiene impactos económicos importantes pues hace que la competencia sea lo más justa posible.
Aunque la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos decidió no escuchar los alegatos a favor de las limitaciones a la red que quería imponer por decreto el presidente Donald Trump, no hay que dudar que él seguirá buscando la manera de limitar ciertos contenidos dando carta abierta a los operadores de la red para que limiten ciertos paquetes de información, asunto que tiene polarizado a ese país, pues hay quienes defienden la importancia de la seguridad financiera para los inversores de Internet por encima de la libertad de los usuarios para viajar por las redes a sus anchas.
En muchos escenarios se vive esta tensión entre libertad y seguridad. Pondré algunos ejemplos: restricciones en la libertad para el consumo de la marihuana en tensión con la seguridad para que las familias sientan que puedan disfrutar en el parque. Restricciones en la libertad para que cada quien ame a quien quiera, aunque sea de su mismo sexo, en tensión con la seguridad de la institución de la familia, como la entienden algunas comunidades religiosas. Una tensión que la mente liberal resuelve a favor de la libertad y la mente conservadora a favor de la seguridad. Pero ahora este terreno denso y lleno de niebla del que se tratan las redes que conforman Internet, hace más difícil que inventemos un eslogan y salgamos a marchar para que se mantengan libres de peajes las avenidas electrónicas que nos permiten informarnos, o conocer el mundo, o comprar el mismo libro a mejor precio.
Nos queda aferrarnos a los principios de libertad y solidaridad, para exigir que podamos ir a donde queramos y que se permita que algunos contenidos urgentes transiten fácilmente. Terrenos donde quisiéramos apelar al sentido común, pero ni los intereses económicos o políticos alrededor del uso de Internet lo permiten, ni hay que ser tan ingenuos y pensar que el mismo sentido común que ilumina esos principios es entendido de la misma manera en todo el mundo.
Ana María Mesa es periodista. Columnista en La Patria de Manizales. Y realizadora en Radio Nacional de Colombia. Ilustración de Saga Uno para Todo es Ciencia. Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo para construir un mejor país.