Cotidianamente somos víctimas y victimarios de las frases hechas. Así como el cancerbero para hablar de arqueros de fútbol, la globalización para la economía o la comida light para el apetito, cuando hablamos del medioambiente y nuestro impacto sobre él invariablemente terminaremos mencionando a nuestra Madre Tierra.
Profundizando un poco más en la situación ambiental en que nos encontramos, ¿no será este el momento de repensar la vigencia de esta última frase? ¿De reemplazarla por algo más actual, más real? Porque eso de que los malos hijos que somos hacemos daño a nuestra madre no suena bien, ¿habremos caído tan bajo?, si hasta dicen que las vacas pastando por ahí tranquilamente resultan en un gran problema ambiental.
El término Madre Tierra está arraigado históricamente. La asociación maternal resulta fácil de comprender si se tiene en cuenta que de ella depende la posibilidad de que crezcan cultivos, y por tanto, la producción de alimentos. En ese sentido se genera esa especie de vínculo familiar, de respeto y continuo agradecimiento. Este reconocimiento por los favores recibidos que la Madre Tierra brinda se ha expresado históricamente de distintas maneras: desde ceremonias en las que se entregaban ofrendas, en algunos casos sacrificios humanos, a otros reconocimientos menos cruentos pero de implicancia mundial, como es el caso de la resolución aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 22 de abril de 2009, en la que se designó esa fecha como Día Internacional de la Madre Tierra.
¿Hasta dónde es acertada esta analogía? Haciendo la salvedad de que no tengo ningún interés en refutar lo decidido por las Naciones Unidas, creo que la asociación con la palabra madre trae aparejadas algunas consideraciones que no se han tenido en cuenta. Basta meditar un instante sobre el comportamiento habitual de nuestras madres: personas que han cuidado nuestros sueños a costa de sus insomnios, nos han protegido, dado alimento y abrigo; y sobre todo perdonan nuestras faltas, son cómplices de nuestros caprichos y nada nos reclaman. La otra madre, la Tierra, ¿se comporta igual? Si nos aferramos a esta identificación, estaríamos en presencia de una madre un tanto cruel e inflexible, que por cada falta que cometemos con ella nos cobra un precio, a veces con un alto costo. O sea, más cerca de Cruella de Vil que de esa tierna que homenajeamos cada segundo domingo de mayo.
En virtud de lo anterior, para salvar el honor de nuestras madres complacientes y dejar clara la preocupación por el ambiente, propongo utilizar otra analogía en la que visualicemos nuestro hábitat como un lugar donde nos hospedamos: el Hotel Tierra. Nos alojamos durante un tiempo limitado en un hotel de grandes dimensiones y, al igual que cuando nos vamos de vacaciones, tenemos que pagar por los servicios que disfrutamos y el costo es proporcional a lo que deseemos aprovechar. Si en nuestro Hotel Tierra queremos disfrutar de luminosas habitaciones y exuberantes zonas húmedas, tendremos que pagar el costo ambiental de generar la electricidad y del movimiento de agua; si organizamos grandes comilonas, debemos retornar al suelo los nutrientes consumidos. En nuestro planeta no existe verdaderamente ninguna intervención humana que no provoque, aunque sea de mínima forma, una perturbación en el ambiente. Cualquier tecnología que lleve el rótulo de “amigable con el ambiente” nos debe poner en alerta: después de todo ser amigo no es sinónimo de bueno, hay cada amigo…
No se trata, por supuesto, de plantear una mirada catastrófica que conduzca como única salida a subirnos todos a una especie de arca espacial y partir mañana rumbo a Marte; pero al menos sabremos que este estilo de vida no es gratis, nadie se retira del Hotel Tierra sin pagar las cuentas.
Así las cosas: nuestras madres seguirán perdonando nuestras faltas con el único precio de alguna cantaleta, la Tierra es nuestro exigente hotel y las vacas continuarán rumiando como si no les importara todo esto.
Mario Víctor Vázquez es investigador, docente y divulgador científico. Profesor Titular de la Universidad de Antioquia. Doctor en Ciencias Químicas de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Director del programa radial El Laboratorio y creador del Colectivo Quími Komedia. Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo para construir un mejor país.
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