Por Juan Sebastián Salazar
La primera rata de laboratorio que operó Manuel Rojas Barreto no tenía nada especial: su cola era larga, sus bigotes en punta, su pelaje liso-liso, la nariz que guiñaba de vez en cuando y unos electrodos –como ganchos– agarrados a la cima de su cabeza. Tierna. Los electrodos transmitían una corriente que producía ciertos estímulos en el animal y en su sistema nervioso. Manuel observaba día tras día cuáles eran las respuestas fisiológicas del animal mientras recibía las descargas eléctricas. La rata se llamaba Manuela –así la bautizó Manuel, cariñosamente–. Un día, la piel que cubría la cabeza de la rata se despegó por la fuerza de los electrodos y Manuela quedó con el cráneo expuesto. A Manuel le dio lástima con la pobre y la suturó y la devolvió a su jaula sin decir nada; allí ella seguía vivita y coleando. Al día siguiente llegó el encargado del laboratorio, inspeccionó el lugar, y encontró a Manuela con su cola larga, sus bigotes en punta y con su cabeza cosida. Le advirtió a Manuel que no quería ver a esa rata al día siguiente, que él ya sabía los procedimientos del laboratorio: tenía que sedarla y sacrificarla, por el bienestar del animal y por el bienestar de la investigación… Manuel no fue capaz y se la llevó a su casa. La alimentó, le dio un techo, le compró juguetes y la cuidó. Su vida giró alrededor de las ratas: por las tardes observaba el comportamiento de ellas en el laboratorio, conectadas a electrodos, y por las noches acariciaba a Manuela, con su cabeza cosida. Después de un año, Manuela murió de forma natural –su expectativa de vida, la de su especie, es de dos años– y Manuel la despidió, la lloró y la enterró… Al día siguiente volvió al laboratorio.
I
Inicio de la relación
Herófilo y Erasístrato, médicos y anatomistas de la Grecia Antigua, diseccionaron, en el siglo III a.C., cabras y cerdos –también seres humanos– para observar, describir y clasificar la anatomía cerebral, los ojos, los órganos genitales y el corazón. Un siglo después, el médico romano Galeno, estudió e interpretó las funciones de los pulmones, el corazón, los riñones y la médula espinal gracias a la vivisección de cerdos, cabras y simios. Los tres, gracias a sus investigaciones con animales, influenciaron en el desarrollo de la medicina moderna y de áreas como anatomía, fisiología, neurología y farmacología, que crecieron en el siglo XIX.
Claude Bernard, padre de la fisiología y de la experimentación con animales, declaró hacia 1865 que si la medicina quería ser realmente científica debía basarse en un trabajo riguroso y controlado con animales de laboratorio. Bernard demostró que así se podían describir y entender mejor ciertas funciones específicas de órganos como el páncreas, el hígado y la médula espinal.
El animal se convirtió, de manera sistemática, en el instrumento para el desarrollo del conocimiento científico. Louis Pasteur, hacia 1860, descubrió que los microorganismos eran la causa de varias enfermedades en los seres humanos (teoría microbiana de la enfermedad) gracias, en parte, a experimentos con ovejas. Un par de décadas más tarde, Ivan Pavlov también recurrió a los perros para formular la ley del reflejo condicionado, que buscó demostrar cómo ciertas respuestas fisiológicas –como el babeo– se podían provocar a través de estímulos externos determinados por el investigador, como el sonido de una campana. Lo mismo hizo el cirujano Alexis Carrel, quien se convirtió hacia 1905 en el pionero de los trasplantes de órganos a partir de las operaciones que hizo con gatos y perros.
“Los avances en los tratamientos para males tan comunes y debilitantes como la diabetes, el cáncer, el SIDA, las enfermedades respiratorias o del corazón, y las neurodegenerativas, como el Parkinson, por poner algunos ejemplos, no habrían sido posibles sin el uso de animales para investigación (…) Prácticamente todos los protocolos actuales para la prevención, curación y control de enfermedades, de los antibióticos a las transfusiones de sangre, de la diálisis al trasplante de sangre, de las vacunas a las quimioterapias, de las operaciones quirúrgicas de corazón a la sustitución de huesos y articulaciones en cirugía ortopédica, se basan en el conocimiento mediante investigaciones realizadas en animales de laboratorio”, dijeron los miembros de la Confederación de Sociedades Científicas de España, en 2015.
Cerdos, vacas, hurones, perros, gatos, conejos, cabras, ratones, macacos, aves de corral, cefalópodos y peces, entre muchos otros animales, han sido usados para desarrollar y probar vacunas contra cólera, difteria, fiebre amarilla, hepatitis, gripa, meningitis, paperas, rabia, rubéola, sarampión, tétano y viruela, entre otras enfermedades; también para probar medicamentos como aspirina, omeprazol y amoxicilina, por nombrar algunos. Es más, el Factor Rhesus (RH), con el que se identifica el tipo de sangre de los humanos tiene ese nombre “en honor” a los monos Rhesus, una especie de primates con la que se identificó este dato por primera vez.
“Desde que en 1901 el doctor Emil von Behring recibió el Premio Nobel por el hallazgo por el antisuero para la difteria, experimentando en cobayas, 144 de los 189 Nobel de Medicina (76%) recibieron el galardón gracias a investigaciones con animales”, escribió Enrique Sueiro, director de Comunicación Interna y de Comunicación Científica en la Universidad de Navarra, en España, en 2009.
II
Decepción
Mientras en el siglo XIX los procedimientos de experimentación con animales aumentaban, a la par también se creaban organizaciones contra la vivisección: en 1883 se fundó la American Anti-Vivisection Society (AVVS), de Estados Unidos; en 1895 se creó la New England Anti-Vivisection Society (NEAVS), también de Estados Unidos; y en 1898 se fundó la British Union Against Vivisection (BUAV). Estas organizaciones buscaban la eliminación de los procedimientos con animales en experimentos de laboratorio: argumentaban que el uso de animales era un maltrato, que sufrían en cada procedimiento, que tenían derechos y que su uso era injustificado teniendo en cuenta la cantidad de animales usados frente a los hallazgos encontrados y su aplicabilidad real en los seres humanos. Las organizaciones y sus integrantes, en general, empezaron a asegurar que la experimentación con animales era un error de método y acusaron a los científicos de asesinos, carniceros, insensibles, especistas… que están manchados con sangre. Se convocaron protestas, encuentros, mítines frente a las casas de gobierno o los laboratorios; también han circulado fotos y videos de experimentos con primates atados a cables, perros con sus órganos afuera y gatos maniatados, con sus párpados abiertos por ganchos.
«Yo fui un activista», confiesa Manuel Rojas Barreto: «A mí me preocupaba el bienestar de los animales»: iba a marchas, protestaba y discutía con sus amigos sobre el maltrato. Sin embargo, las cosas cambiaron cuando estudió veterinaria y se especializó en fisiología y neurociencia: empezó a utilizar animales como modelos experimentales. Ratas, perros, caballos, gatos… «Yo empecé con gatos, unos bichos bastante emocionales, y recuerdo que les abría el cráneo, estudiaba los fenómenos eléctricos en su sistema nervioso y después, al terminar, ellos venían y jugaban conmigo con su cráneo expuesto… Cada vez era más complicado aguantar eso», confiesa Manuel.
Luego, en Estados Unidos, Manuel conoció a Jaak Pankseep, un neurocientífico estonio que investigó durante años la relación entre humanos y animales, y demostró científicamente que los animales generan emociones: él es el padre de la neurociencia de las emociones. Pankseep comprobó, a través de experimentos de tipo molecular, que las ratas de laboratorio reaccionaban y generaban emociones. Vio que el sistema límbico de sus cerebros se activaba dependiendo de las situaciones, circunstancias y acciones alrededor y en sus cuerpos, que sentían felicidad, estrés, tristeza o dolor. Demostró que eran seres sintientes.
«Recuerdo que este loco, en el laboratorio, tenía divididas las ratas en paneles y decía “Estas son las alegres, estas son las depresivas”. Y uno veía las ratas y sí, unas activas, de un lado a otro, y otras quietas, escondidas en una esquina». Y ahí las cosas se complicaron para Manuel. Decidió dejar de hacer experimentos con perros y gatos, no aguantó, pero tampoco aguantó dejar de hacer experimentos y se dedicó al estudio con ratas y ratones. Sin embargo, fuera con quien fuera, la experimentación era difícil: sabía que, aunque tuviera mucho cuidado con los animales, en algún momento les generaría dolor y sufrimiento y, bueno, «cuanto más consciente se es, más duro es vivir», admite.
«Sí, los científicos hablamos del bien común, que estas investigaciones buscan el bienestar de los seres humanos y hasta de los animales, pero...», Manuel calla y alza sus cejas pobladas y grises esperando una respuesta: «Al final no hay de otra, por lo menos actualmente… Si dejo de usar animales en el laboratorio su uso no va a terminar, no… Y bueno, las investigaciones no pueden parar… Es una conveniencia… Los científicos no somos capaces de cortarnos las venas y creo que es válido que se nos acuse de hipócritas, ¿quién no lo es?», pregunta Manuel con un tono bajo sin retar a nadie. Sincero.
Las cifras sobre el total de animales usados anualmente con fines científicos varían entre una organización u otra y depende, también, de los intereses: si es una organización animalista o científica. Sin embargo, según el Nuffield Council on Bioethics (una organización independiente dedicada a la bioética), se estima que entre 50 y 100 millones de animales son usados anualmente para distintos propósitos científicos: desde investigación básica en biología hasta investigaciones con fines farmacéuticos. Según ellos, el 67% de estos animales son ratones, el 18% ratas, el 6% peces, el 4% pájaros, el 3% son otros mamíferos (cerdos, perros y primates, entre otros), y el 0,34% son reptiles.
En 2015 el Centro de Investigaciones PEW, de Estados Unidos, hizo una encuesta entre los científicos y la ciudadanía; la idea era conocer si las opiniones entre un grupo y otro variaban considerablemente. Uno de los puntos de la encuesta preguntaba si se estaba a favor o en contra del uso de animales en investigaciones: 89% de los científicos dijo que sí; 53% de la ciudadanía respondió que no.
III
¿Superación de la crisis?
En 1959 los biólogos William Rusell y Rex Burch escribieron el libro The Principles of Humane Experimental Technique (Los principios de la técnica experimental humana). Allí abordaban el tema de la experimentación con animales desde la ética y cómo los científicos debían tener ciertos protocolos para asegurar la eficacia y la potencia de sus investigaciones y, además, para asegurar el bienestar de los animales. Para lograr lo anterior los científicos propusieron el Principio de las 3 erres: reemplazar, reducir y refinar. El primero promueve el uso de métodos de investigación alternativos que no usen animales, como los cultivos celulares, los tejidos o las simulaciones informáticas. El segundo se refiere a la reducción del número de animales empleados, buscando el uso de los estrictamente necesarios. Y el tercero exhorta al refinamiento de los experimentos para mejorar el bienestar animal.
Poco a poco la ciencia empezó a hablar del “privilegio” que tenía al usar animales para investigación y que ella, claro, debía hacer lo posible para asegurar la salud y el bienestar de ellos. Y, de paso, el de la investigación para preservar la calidad en los resultados.
Gracias a esa conciencia, decenas de organizaciones y gobiernos de todo el mundo han creado guías o pautas de procedimiento en las que explican, paso a paso, cuáles deben ser los criterios para el cuidado, manejo y utilización de animales con fines de investigación científica; y, además, desde lo institucional, se han adelantado proyectos para compartir públicamente cuántos animales son usados anualmente y cuáles y por qué.
Por ejemplo, en el Reino Unido, desde 2002 el gobierno publica un documento en el que informa sobre los procedimientos en investigaciones científicas y el número de animales utilizados –divididos por especies– en Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte. En la Unión Europea, desde 2010, por ejemplo, se prohíbe la experimentación con grandes primates como chimpancés, gorilas u orangutanes y, además, el uso de cualquier animal para probar productos cosméticos. Lo anterior se suma a una reglamentación sobre el uso de animales para experimentos con fines científicos: cada proyecto institucional e individual debe solicitar una licencia del gobierno para usar animales y justificar su cantidad y los fines; los investigadores tienen que seguir ciertos parámetros de cuidado no solo en la temperatura y la limpieza del laboratorio, sino también en el ambiente social y el cambio ambiental de cada uno de los animales. Así mismo, desde 2011, la Unión Europea creó un laboratorio –European Union Reference Laboratory for Alternatives to Animal Testing (Laboratorio de referencia para las alternativas a las pruebas con animales)– para validar, estimular y diseminar el desarrollo de métodos alternativos a los experimentos con animales.
En Colombia la experimentación con animales se encuentra reglamentada en dos normas: la Resolución 8430 de 1993 del Ministerio de Salud y Protección Social y el Estatuto Nacional de Protección de los Animales (Ley 84 de 1989). En la primera, en el título V, se establecen disposiciones generales sobre la investigación médica con animales; por ejemplo, que “los investigadores y demás personal nunca deben dejar de tratar a los animales como seres sensibles y deben considerar como un imperativo ético el cuidado y uso apropiado y evitar o minimizar el disconfort, la angustia y el dolor” o que “El uso de animales en la investigación, enseñanza y ensayos es aceptado solamente cuando promete contribuir a la comprensión y avance del conocimiento de los principios fundamentales biológicos o al desarrollo de mejores medios para la protección de la salud y el bienestar tanto del hombre como del animal”. Por su parte, el Estatuto Nacional de Protección de los Animales especifica los procedimientos, deberes y competencias que se deben tener en los experimentos cuando se utilicen animales: se realizarán únicamente con autorización previa del Ministerio de Salud y, entre otras, se prohíbe el uso de animales vivos cuando los resultados del experimento son conocidos con anterioridad o cuando el experimento no tiene un fin científico; adicionalmente, establece la conformación de comités institucionales para el cuidado y uso de animales de laboratorio, encargados de coordinar y supervisar “las actividades y procedimientos encaminados al cuidado de los animales”; “las condiciones físicas para el cuidado y bienestar de los animales”; “el entrenamiento y las capacidades del personal encargado del cuidado de los animales”; y “los procedimientos para la prevención del dolor innecesario incluyendo el uso de anestesia y analgésicos”.
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Cuando Juanita Ángel Uribe –médica, especialista en biología celular– le contó a un científico inglés que iba a ser la presidenta del Comité Institucional de Cuidado y Uso de Animales de Laboratorio (CICUAL) de la Pontificia Universidad Javeriana, él le respondió «Uyyyy… No, los integrantes de esos comités son unos exagerados», cuenta Juanita mientras achica un poco los ojos. Y explica: «Muchos investigadores creen que los comités son un palo entre las ruedas, que queremos sobarles las vidas y que les quitamos autonomía en sus investigaciones… Y sí, un poco: restringimos en nombre del bienestar de los animales».
Según las leyes colombianas, los CICUAL son organismos conformados, mínimo, por tres miembros: un veterinario, una autoridad administradora de los recursos naturales y un representante de las sociedades protectoras de animales. En la Javeriana el comité lo conforman quince miembros: investigadores internos que usan animales de laboratorio, un veterinario, investigadores que no usan animales de laboratorio, un asesor en bioética y un representante de las sociedades protectoras de animales. Ellos deciden, en conjunto, si las investigaciones propuestas por profesores y estudiantes, que utilizan animales vertebrados, pueden desarrollarse o no de acuerdo al cumplimiento de elementos que velan por el bienestar del animal.
Cada institución maneja un protocolo diferente. En la Javeriana deben presentar sus proyectos a través de una serie de formatos en los que se indagan los propósitos del estudio y su relación con el uso de animales. Los solicitantes deben escribir los objetivos de los experimentos, las razones por las cuales se utilizan animales, justificar la especie y el número de animales usados, describir las áreas de alojamiento y manipulación y los procedimientos que se realizarán con los animales, anotar la valoración del estudio en el impacto del bienestar en los animales, los criterios de punto final, los métodos de eutanasia, la disposición de cadáveres y el manejo de agentes peligrosos. Además, los investigadores deben demostrar que están capacitados para la manipulación y uso de estos animales.
«Nosotros les preguntamos, por ejemplo, por qué utilizar una técnica de dislocación en los métodos de eutanasia si la técnica nada que ver y está demostrado que hay otra mejor, pero para utilizarla deben estar preparados y cuántos de los investigadores han tomado cursos; también les preguntamos por qué 50 ratones y no 25 o cuántas veces se ha hecho este tipo de procedimientos en todo el mundo; y, claro, ellos reciben estas pastorales y alegan y alegan, pero al final aceptan y siguen unas recomendaciones y hacen las modificaciones necesarias… Y hasta lo agradecen porque las variables del experimento son más precisas y el mérito científico, mayor. El CICUAL no es un escenario donde se chulea y ya. Aquí les decimos a los investigadores “venga, sí, chévere lo que está haciendo, pero no… Aquí les ponemos límites”», dice Juanita.
Al lado de Juanita está Martha Ciro, presidenta de la Asociación Defensora de Animales y del Medio Ambiente (ADA) e integrante del CICUAL de la universidad. Ella asiente. «Si me permites, Juanita, quiero decir algo: Este es un espacio de aprendizaje interesante. Nosotros velamos por el bienestar de los animales bajo un marco político y mediamos entre las investigaciones y las distintas posturas que hay sobre el uso de animales porque, desafortunadamente, hoy en día aún es necesaria la utilización de animales para el desarrollo de muchos experimentos, y eso lo entiendo como protectora de ellos… No hay que ser fanáticos y asumir posturas rígidas. Yo sé que, desde adentro, aquí, estoy aportando más por el bienestar de los animales», concluye Martha, seria, y Juanita termina: «Como científica entiendo que lo de la experimentación con animales debe ser algo temporal; sin embargo, mientras tanto, tenemos que hacer algo y el CICUAL, sin duda, es una cosa evolucionada, es un gran avance… Y los animalistas nos llevaron a esto».
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«Sí. Afortunadamente las cosas han cambiado», cuenta Manuel. «Hace treinta años, cuando era estudiante de Veterinaria de la Universidad Nacional, el Centro de Zoonosis de Bogotá llevaba perros callejeros para que nosotros aprendiéramos a hacer cirugías. A cada estudiante le daban un perro y durante todo el semestre lo operábamos. Empezábamos quitándoles las orejas para luego suturar, después la cola, después un ojo y después los intestinos… Y cada uno luchaba para mantener al perro vivo y así pasar la materia… Era una cosa supercruel», dice Manuel y calla por un momento. «Al final de tantas intervenciones, el perro –el medio perro– era sacrificado». Sonríe con algo de pena y repite: «Afortunadamente las cosas han cambiado…», hace otra pausa para pensar lo que dirá: «Aunque aquí hay investigadores chimborrios que no hacen caso… Pero bueno, ya son pocos».
Juan Sebastián Salazar Piedrahita es periodista. Ha colaborado en Bacánika, Pesquisa, Jot Down y The Clinic. Ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar 2015. Ilustración de Lilondra para Todo es Ciencia. Fotografías de uso libre. Las opiniones de los colaboradores y los entrevistados no representan una postura institucional de Colciencias.