Por Eduardo Arias
Los descubrimientos científicos y los desarrollos tecnológicos por lo general se asocian con largas sesiones de experimentación controlada, análisis sesudos de los resultados, pruebas y errores, más pruebas y más errores hasta dar con una respuesta. Por lo general ocurre así. Sin embargo, en más de una ocasión estos avances en el conocimiento han llegado por casualidad, por descuido o sencillamente porque en la búsqueda de un determinado objetivo surgió otro totalmente inesperado.
Vale la pena rendirle homenaje a 7 de esos arepazos que cambiaron de una u otra manera el curso de la ciencia, de la tecnología y, por lo tanto, de la vida cotidiana.
Caucho vulcanizado
El caucho es un producto natural que se extrae de la savia del árbol que lleva su nombre. Sin embargo, es un material poco resistente y de corta duración. En 1839 Charles Goodyear, un emprendedor independiente originario de New Haven, Estados Unidos, buscaba la manera de hacerlo más resistente. En 1839 se le cayó de manera accidental una mezcla de caucho natural y azufre sobre una estufa que estaba prendida y notó que se había formado una sustancia mucho más firme. Con base en ese hallazgo perfeccionó en los siguientes cinco años el proceso que hoy se denomina vulcanización (en homenaje al dios Vulcano), y que hace posible el uso industrial del caucho en infinidad de aplicaciones.
Rayos X
Wilhelm Röntgen, físico alemán, descubrió por azar los rayos X en 1895 cuando investigaba la fluorescencia que producían los rayos catódicos, que se generan en tubos de vacío a los que se les aplica una carga eléctrica. Tras cubrir el tubo con un cartón negro para eliminar la luz visible, observó un débil resplandor que desaparecía al apagar el tubo. Detectó que esos rayos generaban una radiación invisible pero muy penetrante, capaz de atravesar materiales poco densos, como los tejidos blandos humanos. Para comprobar su inesperado hallazgo hizo una impresión de la mano de su mujer irradiada por esos misteriosos rayos y obtuvo así la primera radiografía.
Mano con anillo, una de las primeras radiografías médicas, por Wilhem Röntgen. Imagen de la mano izquierda de su esposa, Anna Bertha Ludwig. 22 de diciembre de 1895.
Radiactividad
Henri Becquerel, físico francés, descubrió la radiactividad en 1896, cuando investigaba el fenómeno de la fosforescencia. En uno de sus experimentos colocó sales de uranio sobre una placa fotográfica iluminada por el sol. Una noche entró a oscuras a su laboratorio y notó que las sales de uranio emitían radiación. Este descubrimiento le valió ganar el Premio Nobel de Física de 1903, compartido con Pierre y Marie Curie.
Penincilina
La madre de todos los antibióticos se descubrió gracias al desorden de Alexander Fleming, un científico escocés que en 1928 salió de vacaciones y dejó al aire libre unas placas de petri con cultivos de bacterias. Cuando regresó a su laboratorio vio que las la placas estaban llena de moho, de una especie de hongo denominada Penincilium. Por curiosidad, Fleming decidió observarlas en el microscopio y descubrió que el moho había matado a las bacterias. De esta manera se descubrieron los antibióticos, que permitieron combatir enfermedades que hasta bien entrado el siglo XX se consideraban incurables.
Plástico
En 1907, el químico belga Leo Baekeland intentaba encontrar un sustituto para la laca que preserva las maderas. Decidió combinar formaldehído y fenol y al ver que su mezcla no era una sustancia maleable, la calentó a presión en una olla de hierro para hacerla menos rígida. No logró su cometido, pero en cambio generó una sustancia hoy denominada baquelita, el primer polímero completamente sintético, el que le dio origen a la era del plástico en la que andamos sumergidos.
Teflón
El politetrafluoretileno (no es un trabalenguas), más conocido como teflón, es un polímero similar al polietileno que ofrece infinidad de aplicaciones, que van desde sartenes hasta naves espaciales. Roy J. Plunkett, investigador de la firma DuPont, intentaba hacer un nuevo refrigerante. Al analizar el contenido de una de las botellas en que realizaba sus experimentos descubrió que estaban recubiertas con un material blanco de consistencia cerosa muy resbaladizo, que hoy se conoce como teflón, su nombre comercial.
Velcro
En 1941, el ingeniero suizo Georges de Mestral paseaba por las montañas de su país. En sus pantalones se pegaron cardos y otras semillas secas y, al intentar despegarlas, se le ocurrió recrear su capacidad para fijarse a una superficie con ganchos y cintas con fibras enmarañadas en bucle.
Es importante recalcar que si bien el azar jugó un papel determinante en estos hallazgos, fue indispensable la actitud y la mirada curiosa (y científica) de quienes los descubrieron. De quienes supieron interpretar que esa casualidad fortuita o ese resultado de un error o un descuido era un posible camino que valía la pena explorar. ¿Qué hubiera sucedido si Fleming hubiera botado los cultivos mohoseados en vez de observarlos al microscopio? ¿Qué hubiera pasado si De Mestral hubiera rezongado al ver sus pantalones llenos de cardos en vez de analizar en detalle su estructura? ¿Qué habría sucedido si Goodyear o Plunkett hubieran desechado el pegote de caucho con azufre o ese extraño polvillo sin haberlos estudiado?
Por eso me gusta insistir tanto en que el principal aporte de la ciencia a la humanidad no es ofrecer respuestas para todo sino enseñar a plantearse las preguntas correctas.
Biólogo dedicado a las comunicaciones. Eduardo Arias ha escrito como periodista acerca de temas de medioambiente y divulgación científica. Ha escrito libros y publicaciones para el Inderena y el Instituto Alexander von Humboldt. También ha escrito varios libros de humor político y fue libretista y argumentista en el programa Zoociedad. En la actualidad es periodista independiente y ejerce el cargo de defensor del televidente de Señal Colombia. Las opiniones de los colaboradores no representan una postura institucional de Colciencias. Con este espacio, Todo es Ciencia busca crear un diálogo para construir un mejor país. Fotografías de uso libre.
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