por Camilo Molina
Los desafíos que trae la pandemia. Ante el final de su principio.
Las mascotas están felices por estos días. La pasarela que sacaba a los humanos de sus casas todas las mañanas y, los mantenía en cautiverio, vaya a saber en dónde hasta la noche, se encuentra cancelada, por ahora, hasta el 26 de abril en lo que atañe a Colombia. Con el rigor de una rutina estrecha veníamos cumpliendo, hasta hace unos pocos días, la normalidad de diferentes oficios, profesiones y necesidades indispensables para que la maquinaria económica mantuviera el andar constante. Con el ir y venir entre calles, carreteras, veredas, trochas y ríos, también establecimos la medida de las relaciones sociales y los espacios en dónde llevarlas a cabo. En la extensión de un par de meses todo eso quedó pulverizado por una cuestión microscópica, invisible a nuestros ojos. Se intuye que aquel asunto de quedarnos encerrados podrá ir más allá de la fecha indicada algunas líneas atrás, pero todo es tan probable como improbable por estos días, inesperadamente cercano y ese ha sido el triunfo impalpable de la COVID-19: no ha hecho más que ampliar nuestra capacidad para reducir la brecha entre ficción y realidad, aunque existan algunas personas, especialmente jóvenes, que se sienten más allá de los cuidados y las advertencias. Sí, por estos días perros, gatos, peces y hasta pájaros enjaulados habitan en sus casas bajo el privilegio forzoso de estar acompañados por humanos.
¿JUSTO A MÍ?, NO LO CREO
“Ya que somos tantos bajo el mismo riesgo entonces no me cuido en los niveles que recomiendan hacerlo, porque es muy difícil que me llegue justo a mí”. Durante una entrevista, por supuesto telefónica, Diana Cristina Múnera, Socióloga, coordinadora de la Maestría en Comportamiento del Consumidor de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, hizo énfasis en uno de los motivos más interesantes por los que algunas personas desafiaron el comienzo de la cuarentena y aún hoy (cuando usted está leyendo este artículo), continúan haciéndolo. Se llama sesgo de riesgo compartido y “se explica en los fenómenos de masas, quiere decir que cuando estoy camuflado entre cierta cantidad de gente que se encuentra bajo el mismo riesgo, todos somos igual de vulnerables”.
Es como ir al supermercado por estos días y hacerlo con el desparpajo del mes de enero, cuando aún no estábamos enterados de la existencia del virus o, simplemente, era una cosa que sucedía muy lejos y no era nuestro problema. En el recorrido a través de los pasillos, mirando productos por izquierda y por derecha, cruzando de cerca con otros compradores, suponemos tan baja la probabilidad de contagiarnos que ni siquiera pensamos en eso y, por el contrario, nos concentramos en completar la lista de artículos; el mismo efecto sucede en el transporte público o en las tremendas filas de los jubilados durante los primeros días de abril para cobrar sus pensiones, el peligro de contagio es colectivo, tan colectivo como de carácter planetario, y debido a que el tamaño del universo es tan grande, yo, como individuo, considero posible sortearlo y no convertirme en un nuevo caso. Con la COVID-19, nos creemos que la probabilidad de ser justamente nosotros las víctimas del problema que azota a cientos de miles de personas en el mundo, es baja o muy baja y por esa razón es que desafiamos con facilidad las reglas de la cuarentena. A esto se suma la exhibición cotidiana del riesgo en un país machacado por las malas noticias como Colombia. Los números que registra la violencia ponen a prueba nuestro “sesgo de riesgo compartido” con una frecuencia diaria y, sin embargo, las personas no circulan con la sensación declarada de ser parte de esa estadística. Quizás la pandemia cambié esa concepción criolla de vivir al límite y coloque todo en su lugar. Sin embargo, no todo en estas semanas ha seguido un patrón y, lo que sí queda en evidencia, son las bocas abiertas de todo un mundo que no estaba preparado para que un evento tan poderoso lo golpeara tan rápido.
UN LABORATORIO DESPROPORCIONADO
“Así es, un laboratorio. Lo es en la medida en que se trata de observar cuáles son las consecuencias que esto podría tener para la sociedad.” Carlos Alberto Patiño, director del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional considera que nos enfrentamos a un experimento descomunal en el que, hasta el momento de escribir este artículo, se encuentran involucrados más de 180 países. El experimento agarra su magnitud cuando entendemos que la crisis provocada por la COVID-19 afecta todos los niveles de la vida moderna desde la perspectiva más general hasta la más particular, esta última enfocada en los aspectos cotidianos de nuestra vida. “Vamos a estar confinados disfrutando del sofocante calor del hogar”, y Patiño sonríe mientras valora ese microuniverso, “esto implica enfrentarse a la cotidianidad completamente durante semanas o meses teniendo que reinventar desde menús y actividades diarias, hasta la capacidad de organización por parte de las personas en el interior del hogar”. En los primeros días de marzo, el periodista Óscar Tévez escribió un artículo para la revista Icon de El País, contando que en la ciudad China de Xi’an, “cercana” (700 kilómetros de distancia) a Wuhan, epicentro de la crisis, se dispararon las peticiones de divorcio luego de algunas semanas del estado de cuarentena, aunque también identifican como posibles causas al cambio estacional, pero ahí se siembra la duda y habría que tener un ojo puesto en el incremento de este tipo de solicitudes en las notarías colombianas una vez que todo vaya regresando a la normalidad.
La modificación a nuestro estilo de vida ha sido vertiginoso. La obligación de quedarnos en casa, que corta con el establecimiento rutinario de hacer vecindad en lugares de trabajo, tiendas, bares, cafeterías, cantinas, parques, transporte público o hasta sentados en un andén para estirar las piernas sobre la frescura del asfalto y hacer charla barrial, “pone en juego algunos códigos civilizatorios de las sociedades contemporáneas”, en palabras de Patiño. Pero el alcance de esta última afirmación es impredecible, de ahí el carácter de laboratorio. Sin embargo, nos quedan a la mano los lazos virtuales, los mismos que, hasta hace poco, advertíamos como una ola que estaba eclipsando a las relaciones sociales tradicionales, quizás, esta crisis nos envía el mensaje firme de que no era tan grande la corriente que arrastraba esa ola y, por el contrario, la espuma de sus consecuencias nos recuerda la relevancia que le otorgamos a estar cerca de los demás. “Había una tendencia en los medios, entre intelectuales y hasta entre opinadores de economía, en donde se suponía que las relaciones sociales podían ser puestas de lado a través de las comunidades virtuales que parecían estar ganando terreno de manera progresiva y la situación actual deja claro que no era así”; la crisis pone este asunto, además de muchos otros, en perspectiva y, en medio del enorme laboratorio, nos damos la oportunidad curiosa de redescubrir y revalorizar la importancia de nuestras actividades sociales asociadas también con nuestras formas de producción. “La economía se mueve muchísimo por una serie de actividades que pasan desapercibidas en el día a día”, Patiño se refiere, más que nada, a espacios culturales o de entretenimiento como restaurantes, cafeterías, bares, teatros, cines, museos, bibliotecas, entre otros, que solo pueden ser a través de las personas que las visitan, de las manos que se estrechan, de las miradas y las sonrisas, de los olores y los ruidos, de los zapatos raspando la calle y, ahora mismo, parece que nada de eso importa y nos trasladamos a urgencias primitivas para sobrevivir a la crisis.
LO IMPORTANTE ES LO IMPORTANTE
De repente las prioridades dieron un vuelco y aquello que hasta hace unos pocos días nos seducía por sus formas, colores y fragancias, ahora no es más que una necesidad absurda de un pasado extremadamente reciente. En los días previos a que la cuarentena fuera decretada, las filas en los supermercados daban vueltas en sí mismas y los carritos estaban llenos de lo primordial. Regresando a Diana Cristina Múnera: “por ahora las necesidades regresan a lo más básico, los consumos fuera del hogar, las joyas, lo relacionado con la estética, la exhibición, la validación social, el estatus, pasan a segundo plano”. Aunque Múnera no quiere decir que la oferta de estos productos no indispensables vaya a quedar excluida después del final de la crisis, sí estarán en la urgencia de reposicionarse y, de esa forma, se abrirán forzosamente ventanas a nuevas alternativas de financiación y estrategias promocionales; sin duda, “el mercado tendrá que empezar a propiciar nuevas condiciones de consumo”. Existen desequilibrios que van a quedar en evidencia luego de que la crisis haya sido dejada atrás. “Las familias a las que se les afectaron los ingresos van a regresar con la necesidad de ponerse al día; eso quiere decir que, cuando puedan volver a trabajar y consumir, además de organizarse mejor ante sus obligaciones, recurrirán también a ese mercado de alimentos fuera del hogar y es ese sector el que va a tener más estabilidad en un principio, pues permite el disfrute del espacio, el encuentro y rompe la rutina alimentaria, llenando algunos vacíos dejados por el aislamiento”.
Este fenómeno se puede explicar también en los rebotes históricos de las economías posteriores a cada gran recesión (1929 y 2008), la COVID-19 ya provocó en algunos países europeos estragos comparables a los generados por la Segunda Guerra Mundial. Para Diana Cristina Múnera, “los consumos sociales se disparan después de los momentos de crisis, es una tendencia de compensación que hace volcar a las personas al optimismo y a la integración social”. Ese momento de luz al final del túnel, o periodo de recuperación posterior al tiempo muerto de la economía en su conjunto, es también contemplado por el economista Ricardo Bonilla González, profesor e investigador de la Universidad Nacional y ex secretario de Hacienda de Bogotá: “Una vez que se regrese al funcionamiento del ciento por ciento, habrá oportunidades de crecimiento fuerte porque estará la necesidad de recuperar lo perdido, será un momento destinado a la recuperación del tejido social y económico”.
Definitivamente, va a ser un duro golpe contra la pared, pero aquellos protagonistas del mercado que logren obtener información de calidad por parte de sus consumidores, serán los que den un paso adelante. Para la socióloga, “las condiciones en que ahora mismo se compran las cosas es diferente. Esta crisis le puede enseñar al mercado a ser más sensible en cuanto a la singularidad de los consumos, es un momento especial para aquellas empresas que ya aplican virtualidad en sus procesos, porque tienen la posibilidad de captar muchísimos datos”. Se trata de una huella virtual en nuestra toma de decisiones; con todos encerrados en nuestras casas, pegados de las pantallas, sacando el jugo de las conexiones a internet en el hogar, de los paquetes de datos por celular, cliqueando a diestra y siniestra por las redes sociales, Munera añade: “se le enseñará a los mercados a segmentar mejor, a especializar aún más la oferta”.
El espectro educativo muestra una condición menos compleja que el comercial, resuelta por dos ámbitos, el público y el privado. Algunas universidades y colegios de este último han echado mano de sus capacidades virtuales para continuar con el desarrollo de los programas educativos; el lado público ha enviado a casa a sus estudiantes y planta docente, adelantando las vacaciones de Semana Santa y, en algunos casos, las vacaciones de mitad de año. Suponiendo que la crisis de la COVID-19 no se alargue más allá de un par de meses, los tramos de vacaciones de unos y de otros van a quedar en desequilibrio por lo que queda de año. Para Diana Cristina Múnera, “de esa forma se tienen a miles de personas que no van a poder consumir turismo en el tiempo en que lo iban a hacer y en este caso, el mercado deberá ser muy astuto para recuperar esos picos estacionales debido a que esas temporadas ya no van a existir por un tiempo”.
RESPUESTA GLOBAL O DESESPERACIÓN LOCAL
El virus continúa su paso demoledor. Los números crecen exponencialmente y sin hacer distinciones geográficas, ideológicas o étnicas. Su comportamiento es seguir adelante si no se encuentra manera alguna de detenerlo. Al tratarse de un evento de carácter global, el primero de estas características en la era moderna, la reacción política a nivel planetario se ha distinguido por actuar en la antípoda de lo que el escenario le demandaba; la unión pregonada por la globalización resultó ser de papel y cada gobierno agarró por su lado de la manera que pudo. Óscar Almario García, historiador, doctor en antropología y profesor de la Universidad Nacional, opina que “los líderes mundiales han estado por debajo de las circunstancias, no se ha dado un lenguaje común y lo que nos muestra esta crisis es que no hay salidas nacionales; o se toma en serio globalmente o, sin duda, se pagará un alto costo en términos económicos, sociales y de vidas humanas por la falta de ese entendimiento”. El resultado de esos costos son, por ahora, tan impredecibles como el tiempo que falta para que la crisis llegue al fondo o, mejor, toque un techo. Almario se adelanta al desenlace, sea cual sea, le da cuerda a la magnitud y piensa que “el mundo no será el mismo a partir de esta pandemia. Ahora comienza una verdadera posmodernidad, una en la que veremos colapsar principios, valores y sentidos éticos, lo que no sabemos es si se tratará de una era más o menos humana, eso sí, es una oportunidad para repensar al mundo y a la humanidad".
Camilo Molina. Escritor y fotógrafo. Autor del libro Los Muchachos de García y reciente colaborador en Todo es Ciencia. Periodista de profesión y Especialista en Gestión y Planificación de Medios. Actual estudiante de maestría en escritura creativa con la universidad Eafit.
Ilustración de Saga Uno