Por Aleyda Rodríguez Páez
Una historia digna de una novela negra ambientada en el mundo de la ciencia marcó, al menos en tiempos recientes, el auge de los actuales movimientos antivacunas. Es más o menos así. En 1998 el gastroenterólogo inglés Andrew Wakefield, en compañía de 12 colegas suyos, publicó un artículo investigativo en la revista The Lancet que sugería —aunque no probaba— alguna relación entre la aparición de desórdenes gastrointestinales y del espectro autista en niños, justo después de la aplicación de la vacuna triple viral (en español SRP: sarampión, rubéola y paperas).
Desde entonces se empezó a difundir, en especial a través de Internet, la idea de que esta vacuna, o más bien uno de sus componentes (el Thimerosal, un derivado del mercurio presente también en otro tipo de vacunas) era el causante de los aumentos significativos de casos de autismo en niños. Se creó un boom mediático, que se ve bien representado en declaraciones de personajes públicos como Donald Trump, quien ya en 2012 afirmaba en su Twitter que existía relación entre el aumento de casos de autismo y la aplicación de la vacuna, aunque nunca se declaró abiertamente como enemigo de las mismas.
A study says @Autism is out of control--a 78% increase in 10 years. Stop giving monstrous combined vaccinations (cont) http://t.co/jthy8mww
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 30 de marzo de 2012
El artículo de Wakefield fue retirado de The Lancet y de la red después de que el periodista (también británico) Brian Meer, publicara en el British Medical Journal, en 2011, una completa investigación titulada Cómo se arregló el caso contra la vacuna SRP, en la que se demostraba que detrás de Wakefield estaban los intereses de un abogado de la ciudad de Birmingham que quería establecer una acción civil pública para obtener una indemnización de compañías productoras de vacunas.
Faltando tres días para la posesión presidencial de Donald Trump, la revista Nature denunciaba en su editorial, no sin algo de horror, que el nuevo presidente de Estados Unidos crearía una comisión para la seguridad de las vacunas y la integridad científica, dentro de cuyos miembros estaría el cuestionado médico Andrew Wakefield, principal lobista de los movimientos antivacunas actuales. Desde la posesión presidencial, Trump no ha vuelto a referirse por ningún medio a este asunto y la prensa reporta que los antivacunas son sistemáticamente ignorados por el actual presidente de los Estados Unidos.
La más reciente explosión mediática de este caso tuvo lugar durante el Festival de Cine de Tribeca de 2016, organizado y financiado por Robert de Niro, en el que se presentaría la premiere del documental Vaxxed: From Cover-Up to Catastrophe, producido por… ¡el médico Andrew Wakefield! De Niro decidió retirar la película de la programación, ya que conoció el veto de la comunidad científica al artículo de Wakefield y sus colegas (todos, excepto él, se retractaron de la información allí expuesta), además de aducir razones muy personales para no exhibirlo en Tribeca: De Niro tiene un hijo con autismo.
¿Cuándo aparecieron los grupos antivacunas?
¿Por qué debería interesarnos tanto esta historia con tintes conspiracionistas alrededor del renovado debate entre los grupos antivacunas y buena parte de la comunidad científica y la sociedad civil? En gran medida porque es el episodio que marca un nuevo momento de estos movimientos y desde donde han surgido argumentos en apariencia nuevos para objetar la vacunación.
Pero lo cierto es que la historia de los movimientos antivacunas es tan antigua como la de la vacunación misma. Estos tuvieron sus orígenes en la Inglaterra Victoriana y a su causa estuvieron ligados reconocidos miembros de la comunidad científica, como por ejemplo Alfred Russell Wallace, coautor de la Teoría de la Evolución y del Principio de Selección Natural, junto a Charles Darwin. La primera vez que la vacunación fue tratada legalmente como un asunto de interés público fue mediante el acto legislativo de 1840, en el que se prohibía el método de inoculación o variolación y se sustituía por el de vacunación. El primero consistía en administrar una dosis controlada de viruela —que no siempre resultaba controlada— y que podía producir la manifestación total de la enfermedad y no la inmunidad. La vacunación, en cambio, consistía en administrar una cepa menos agresiva de viruela para producir inmunidad a las más agresivas.
Pero las complicaciones de este nuevo método no fueron pocas. Para aquel entonces la vacuna contra la viruela no consistía en una simple inyección, como la conocieron muchos de nuestros padres o abuelos, sino en abrir una profusa herida con un cuchillo u otra arma quirúrgica en el hombro de una persona recientemente vacunada, para que transmitiera su linfa, en un contacto cuerpo a cuerpo, a otra persona sin vacunar, a la que también se le propinaba una herida en su carne. (Para los más interesados en este tema recomiendo consultar este artículo). A este tipo de vacunación se le conoció también como vacunación brazo a brazo y se descubrió pronto que podía conducir a terribles infecciones por otro tipo de enfermedades.
Para 1853 se declaró en Inglaterra la obligatoriedad de la vacunación y se convirtió en una política de estado. Y es justamente en este punto en el que aparecieron los primeros movimientos que se oponían a la vacunación obligatoria por diferentes razones:
- La vacunación no es efectiva.
- La vacunación es peligrosa y disemina la enfermedad.
- La imposición de la obligatoriedad de las vacunas viola los derechos del individuo.
- La vacunación viola las creencias religiosas, incluida la doctrina de que las enfermedades fueron enviadas por dios y en esa medida no deberían evitarse o prevenirse.
- La vacunación es una intervención de orden quirúrgico por parte del estado en el cuerpo de los ciudadanos, una expresión de poder del sistema sobre lo más preciado y representativo del individuo: su cuerpo.
Las reivindicaciones de los movimientos antivacunas 170 años después son más o menos similares:
- La vacunación es usada como un instrumento de manipulación de la ciudadanía.
- Las vacunas no son seguras.
- Las enfermedades son un método de control poblacional y no debería intervenirse artificialmente en éste.
- La vacunación no debe ser obligatoria, pues significa violar el derecho de los ciudadanos a decidir sobre sus cuerpos.
Incluso existen objeciones sobre el tipo de implementos que se usan para aplicar las vacunas. Por curioso que parezca, un grupo de detractores tiene como argumento el miedo o la resistencia a que sus cuerpos sean penetrados por objetos cortantes o punzantes.
Mientras tanto la comunidad científica esgrime sus más contundentes argumentos: la erradicación de enfermedades que, como la viruela, produjeron millones de muertes durante más de 500 años. El último caso reportado en el mundo de esta enfermedad fue en 1977, y en 1980 la Organización Mundial de la Salud declaró que la viruela había sido completamente erradicada.
¿Los grupos antivacunas representan un peligro para la especie?
De acuerdo con Ricardo Palacios Gómez, Médico de la Universidad Nacional de Colombia, doctor en infectología, con una especialización en bioética y estudios en ciencias sociales, quien trabaja en el Instituto Butantan de Sao Paulo (1), la emergencia y reaparición de los movimientos antivacunas se relaciona hoy en día con diferentes aspectos que poco o nada tienen que ver con un verdadero fundamentalismo, como se propone a través de los medios, en los que se retrata a los anti-vaxxers como a un conjunto de desadaptados sociales que ponen en riesgo a la especie humana y que incurren en la osadía de cuestionar a una de las instituciones menos abiertas a la crítica o al escepticismo: la comunidad científica. El primero de estos aspectos, de acuerdo con Palacios, es la incapacidad del mundo científico por acoger de forma amigable a las poblaciones, por educarlas y comunicarles de forma transparente y menos vertical la importancia de la vacunación, así como los criterios que son usados para saber en quiénes y cuándo aplicarlas y los potenciales riesgos derivados de su uso, efectos de los que todos los ciudadanos deberían ser informados con mucha claridad y rigor.
Este punto de vista se ve confirmado en la opinión de la médica cirujana, con diplomado en homotoxicología de la Universidad del Bosque, Johanna de Jonge, especialista en homeopatía, acupuntura y osteopatía de la Universidad Nacional de Colombia y máster en terapia neural de la Fundación Universitaria de Ciencias de la Salud, quien opina que estar en desacuerdo con algunos aspectos de la vacunación no debería ser visto con tanta desconfianza por parte de la comunidad científica ni de la sociedad, ya que es necesario admitir que las vacunas tienen sus pros y sus contras: “El problema es que el sistema de vacunación masiva no tiene en cuenta a las comunidades, en las famosas jornadas de vacunación se hace creer a las personas que les van a prevenir un sinnúmero de enfermedades, sin que sepan en realidad nada más del tema. La vacunación se politiza, se convierte en una herramienta para adquirir votos y ganar reconocimiento. En Colombia, algunas jornadas gratuitas se hacen porque las vacunas están cercanas a su expiración o porque el país paga parte de su deuda externa recibiendo vacunas que están prohibidas en otras partes del mundo”, comenta De Jonge.
De acuerdo con Palacios Gómez, los grupos antivacunas radicales hoy en día son muy pocos, en particular miembros de la doctrina antroposófica, en auge en países como España y Alemania, que esgrimen que la vacunación es una práctica contraria a la naturaleza y que altera la relación del hombre con el cosmos. En su opinión, el auge de estos grupos es, sobre todo, producto de un nuevo rumbo que está tomando la sociedad: una marcada tendencia hacia el individualismo, que resalta la autonomía como valor preponderante, en detrimento de valores como la solidaridad, la justicia social y la protección de los más débiles. Prueba irrefutable y casi monstruosa de ello es la actuación del médico Andrew Wakefield, al aceptar construir una ficción alrededor de la vacuna triple viral por un interés estrictamente financiero, sin tener en cuenta los efectos devastadores que para muchos niños y mujeres en edad reproductiva significa exponerse, por ejemplo, al sarampión (2).
La vacunación es un tipo de intervención médica especial o diferente a las demás, en la medida en que se hace sobre individuos sanos, con el fin de protegerlos y proteger a la especie de brotes de potenciales enfermedades. Es decir, su aceptación depende en gran medida de la percepción del riesgo real de contraer una enfermedad y del riesgo al que se sienten expuestos los individuos al ser vacunados. Sobre esta práctica caben y son necesarios los cuestionamientos éticos y debe aceptarse el escepticismo también como una actitud científica, pero es necesario recordar que: “La decisión individual de vacunarse o no, difiere de otras decisiones del individuo respecto a su salud. Por ejemplo, si tienes un cáncer y prefieres no tomar medicamentos, solo te afectas a ti mismo, el cuerpo médico puede intentar convencerte, pero tu decisión se va a respetar. El problema cuando se trata de las vacunas es que la decisión no te afecta solamente a ti o a tus hijos. Esta es una de las discusiones centrales: ¿la decisión de vacunarse es autónoma o existe una responsabilidad social respecto al acto de vacunarse?”, comenta el médico Ricardo Palacios Gómez.
El debate está abierto y cobrará mucha más vigencia en la medida en que las crisis humanitarias, como las migraciones desde África hacia Europa y la diáspora venezolana por todos los países de Suramérica, empiecen a poner a prueba las políticas de vacunación de cada nación.
Justamente en octubre de 2018, en Colombia se prendieron las alarmas por la presencia de un brote de sarampión en el país, con 108 casos reportados hasta ahora, que en teoría han sido detectados en su mayoría entre migrantes venezolanos. El primero de estos casos fue señalado por el Instituto Nacional de Salud en marzo de 2018 y su portador era un niño venezolano, de 14 meses, proveniente de Caracas que llegó a Medellín. Este brote de la enfermedad en Colombia, de acuerdo con las autoridades de salud del país, proviene de Venezuela en donde hay una epidemia que ya deja más de 4.200 casos reportados desde 2017. La coyuntura suscitó un pequeño intercambio en Twitter entre el excandidato presidencial Gustavo Petro Urrego y el exministro de Salud Alejandro Gaviria:
108 casos de sarampión en nuestro país es la demostración del fracaso del sistema de salud. Volvemos al pasado cuando era una enfermedad ya erradicada
La.salud es un derecho no un negocio https://t.co/VkNe8vK1Yv
— Gustavo Petro (@petrogustavo) 12 de octubre de 2018
El Plan Ampliado de Inmunizaciones (PAI) es público. Administrado todo por el Estado.Probablemente el mejor de la región.Con coberturas útiles en la mayoría del país y 19 vacunas incluidas.Todas gratis.Los casos de sarampión son importados de Venezuela. https://t.co/R6VzKoLA4k
— Alejandro Gaviria (@agaviriau) 12 de octubre de 2018
Al brote de sarampión se sumó la campaña de desinformación y pánico lanzada a través de WhatsApp en la que se afirmaba que las vacunas contra esta enfermedad que estaban siendo aplicadas en la ciudad de Cartagena contenían VIH:
Falsa cadena enviada por Whatsapp afectó jornada de vacunación contra el sarampión en Cartagena. Inescrupulosos afirmaban que la vacuna contenía el virus del VIH https://t.co/yqNEZKp2QB pic.twitter.com/q4HkZkyemV
— Noticias Caracol (@NoticiasCaracol) 14 de octubre de 2018
Como comenta Palacios Gómez, la actitud frente a la vacunación también depende de la percepción del riesgo real de aparición de una enfermedad que en teoría nunca se iba a acercar a nosotros; cuando esa percepción del riesgo cambia, las personas entran a cuestionarse más profundamente sobre la responsabilidad social e individual que significa vacunarse.
¿Vacunarse es una decisión individual o colectiva? Esta es la gran pregunta alrededor de esta cuestión médico-científica con un enorme trasfondo político, cuya exploración incumbe a profesionales de muchas áreas, pero sobre todo a los ciudadanos, pues en su análisis se involucra la tensión definitoria de la modernidad entera: la tensión entre los deseos y libertades del individuo, y su responsabilidad y deberes como miembro de un cuerpo social, análisis que está en el centro de muchas otras cuestiones éticas de gran interés para todos los ciudadanos hoy en día.
(1) El Instituto Butantan fue fundado en el año de 1901 y actualmente produce vacunas para la población brasileña contra la Hepatitis B, la vacuna trivalente contra la influenza estacional, DTP (difteria, tétano y polio), difteria y tétano infantil, difteria y tétanos en adultos, sueros contra la picadura de escorpiones, arañas venenosa, abejas y culebras, además de hacer investigación para el desarrollo de otros productos como vacunas contra el dengue , el rotavirus, el neumococo, etc. (2) A finales de 2014 se produjo en Estados Unidos un brote de sarampión que tuvo como epicentro el parque Disneylandia en California. La enfermedad se consideraba erradicada en el país desde el año 200o. El brote afectó a más de 100 individuos y se diseminó por 14 estados. El contagio vino presumiblemente de un visitante europeo, pues la enfermedad sigue existiendo en este continente. Los niños expuestos a sarampión pueden enfermar de neumonía, tener daños cerebrales permanentes o sordera. En mujeres embarazadas puede producir malformaciones y sordera en el feto. En 2013, murieron 145.700 personas en todo el mundo por sarampión.
Agradecimientos a Ricardo Palacios Gómez, Liliana Virginia Siede y Johanna de Jonge por su colaboración para este artículo.
Aleyda Rodríguez Páez estudió filosofía en la Universidad Nacional de Colombia. Es periodista y escritora freelance para diferentes medios de tecnología y divulgación. Imágenes de uso libre. Las opiniones de los colaboradores y los entrevistados no representan una postura institucional de Colciencias.